Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

¿Será esto la felicidad?

10 de marzo de 2021

“La gran lección que tenemos que aprender es que todos estamos en la misma barca, y que no podemos vivir de espaldas al dolor de los demás, porque son nuestros hermanos… Aunque no queramos verlo o aceptarlo por la responsabilidad que esto conlleva, pero es que mi bienestar, mi salud y mi felicidad dependen de los otros. Y no sé qué más tiene que pasar para que esto nos entre en la cabeza y en el corazón”.

                Lo que más me llama la atención de este testimonio[1], y por eso lo traigo, es que “mi bienestar, mi salud y mi felicidad dependen de los otros”. De los otros, afectados en tantos aspectos por la pandemia o por otros graves problemas, a los que se entrega total y gratuitamente esta persona. Depende de los otros porque antes, o a la vez, de ayudar a los demás, su corazón, su interior, ha descubierto y experimentado que la felicidad está en la entrega cordial a los otros. Y, entregándose, ‘los otros’ le llevan a esa felicidad tal como la podemos vivir en este mundo. El camino de la felicidad comienza cuando se pasa del egoísmo al pensar en los demás. Si nuestro interior se encierra en los propios intereses y no dejamos espacio para los demás, la felicidad no puede entrar en nuestra vida.

                La felicidad no está fuera de nosotros. No se nos da. Ni se puede regalar. De fuera, nos puede llegar la fiesta previamente pagada y la carcajada que nos relaja y nos hace bien en un momento, pero no la felicidad. «La felicidad no es algo que se compra en el supermercado, la felicidad viene solo de amar y dejarse amar»[2].La felicidad pertenece al bien-ser de la persona, a la profundidad del espíritu, al acuerdo entre la vida y las aspiraciones personales. No es suficiente el bien-estar para engendrar felicidad. Aunque la felicidad sí produce bien-estar aun entre dificultades y penas. Así es posible la felicidad interior, suave y esperanzada, en medio de tanto sufrimiento y necesidades.

                Llegar a experimentar esta felicidad profunda, fruto de la generosidad, pasa por saber gozar de las cosas pequeñas y bellas de la vida, por una relación fraternal con los demás, por disfrutar y cuidar la creación, la casa común, por sabernos ‘tatuados’ en el corazón de Dios. Lo pequeño nos prepara para lo grande.

                Así es como podemos comprender y acoger con gozo esta afirmación de Pablo d’Ors sobre la felicidad en lo pequeño, recogida la semana pasada: “La clave de todo radica en hacer bien aquello que deba hacerse. […] Así que la felicidad consiste en estar presente en lo que se tiene entre manos, sin pensar en lo que viene después. Todo está ahí, al alcance de la mano. La felicidad es no imaginar el futuro y no llorar el pasado. Es gozar de una habitación limpia y de una sábana bien doblada. La felicidad es la belleza de una manzana o de un trozo de pan. Y… ¿tanto hay que pasar en la vida para llegar a este descubrimiento tan elemental?

                Disfrutemos y hagamos nuestro el bello texto siguiente que nos ayuda a unir la pequeña felicidad con la felicidad más grande de abrirnos a los demás.

“Que tus despertares te despierten. Y que, al despertarte, el día que comienza te entusiasme.

Y que jamás se transformen en rutinarios los rayos del Sol que se filtran por tu ventana en cada nuevo amanecer.

Y que tengas la lucidez de concentrarte y de rescatar lo más positivo de cada persona que se cruce en tu camino.

Y que no te olvides de saborear la comida, detenidamente, aunque «solo» se trate de pan y agua.

Y que encuentres algún momento durante el día, aunque sea corto y breve, para elevar tu mirada hacia lo Alto y agradecer, por el milagro de la salud, ese misterio y fantástico equilibrio interno.

Y que logres expresar el amor que sientes por tus seres queridos.

Y que tus brazos, abracen. Y que tus besos, besen.

Y que los atardeceres te sorprendan, y que nunca dejen de maravillarte.

Y que llegues cansado y satisfecho al anochecer por la tarea satisfactoria realizada durante el día.

Y que tu sueño sea calmo, reparador y sin sobresaltos.

Y que no confundas tu trabajo con tu vida, ni tampoco el valor de las cosas con su precio.

Y que no te creas más que nadie, porque, solo los ignorantes desconocen que no somos más que polvo y ceniza.

Y que no te olvides, ni por un instante, que cada segundo de vida es un regalo, un obsequio, y que, si fuésemos realmente valientes, bailaríamos y cantaríamos de alegría al tomar conciencia de ello. Como un pequeñísimo homenaje al misterio de la vida que nos acoge, nos abraza y nos bendice”.[3]


[1] TISCAR ESPIGARES. Comunidad de Sant’Egidio. Madrid. ECCLESIA 6 febrero 2021. Pág. 34.

[2] FRANCISCO en la peregrinación Macerata-Loreto, 9 de junio de 2018.

[3] QUE TUS BRAZOS ABRACEN Y TUS BESOS BESEN. Antigua plegaria Hebrea del Rosh Hashana, comienzo del Año nuevo judío.

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