Opinión

Pedro Escartín

Señor, qué admirable es tu nombre

11 de junio de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de la Santísima Trinidad

El párroco nos ha recordado que hoy, y más veces, hemos de rezar por los que rezan. Esto es lo que literalmente significa el cartel que ha colocado en la entrada de la iglesia: “Jornada pro orantibus”. Todos los años se nos pide rezar por los que rezan y me parece un poco contradictorio: ¿no son ellos, los monjes y monjas, quienes han de rezar por nosotros? Ahora sabré qué le parece a Jesús…

– ¿Qué te traes hoy entre manos?-me ha dicho al ver un interrogante en mi mirada?.

– Pues que hoy es el domingo de la Santísima Trinidad y se nos ha pedido que recemos por los que dedican su vida a la oración. ¿No es un poco contradictorio? Además de no hacer otra cosa que rezar, ¿aún hemos de rezar por ellos?-he soltado atropelladamente?.

– Tengo la impresión de que los monjes y monjas no te caen muy bien. ¿Me equivoco?

– No es eso-he respondido mientras llevábamos los cafés a una mesa?. Hay religiosos y religiosas beneméritos que dedican su vida a cuidar enfermos o niños abandonados o a hacer el bien a los necesitados…, pero la gente no siempre entiende que algunos de ellos sólo se dediquen a la contemplación; se piensa que sus vidas están desaprovechadas.

– ¿Por qué?, ¿porque no son productivas?-me ha dicho con un rictus de seriedad en su rostro?. Te diré algo que tal vez no sepas: mi amada Teresa de Calcuta, cuyo servicio a los abandonados en las calles de Calcuta y de muchos otros lugares nadie pone en duda, aumentaba el tiempo de oración con sus monjas en la medida que crecían las necesidades que debían atender. Sin el ánimo que el Padre, el Espíritu y yo les infundimos en la oración, les falta el aire que ellas y vosotros necesitáis para seguir respirando y haciendo el bien. Y Teresa de Calcuta no es la única. El tiempo dedicado a la oración no es tiempo perdido…

Ya que hoy hemos comenzado el café en tono de desacuerdo, he levantado mi taza y le he dicho:

– Se nos va a enfriar el café… Escucha, hoy es la fiesta de la Santísima Trinidad; cambiemos de registro porque quiero que me hables de este misterio.

– ¡Pero si ya estamos hablando de él!-me ha dicho abriendo los ojos como platos? La Iglesia, que es más sabia de lo que a veces pensáis, al situar la Jornada “pro orantibus” en este día, ha querido subrayar dos aspectos de esta fiesta: primero, que Dios es el “ser” con mayúsculas y, aunque no necesita de nadie para existir y ser feliz, os regala el ser y la belleza, os llama a la vida y quiere que compartáis su felicidad. En la fiesta de la Santísima Trinidad festejáis a Dios en sí mismo; por eso, habéis rezado en la Eucaristía el salmo 8: «¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?». Quienes dedican su vida a rezar hacen de su existencia un recordatorio constante, para todos los que sólo tenéis tiempo para vosotros mismos, de que Dios está ahí y os ama.

– ¿Y el otro aspecto?-he preguntado, impaciente por captar del todo este misterio?.

– El otro es que, en esta Trinidad de personas, que somos el Padre, el Espíritu y yo, hacemos que Dios sea «uno, pero no solitario», pues vivimos en una familiaridad que nada ni nadie puede quebrar y es modelo de lo que puede llegar a ser la familia humana. ¿Te has fijado en que los que dedican su vida a la oración viven en comunidad? Su forma de vida es también un recordatorio para vuestra manera de vivir: nuestra Trinidad se refleja en los que oran, ¿lo captas? Nos tendremos que ir-ha dicho mirando el reloj que hay en la pared de la cafetería?.

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