Lo realmente importante, la mayoría de las veces, no está en lo llamativo. Ni habita precisamente en la casa ni en las cosas de los grandes de este mundo. Tampoco anda lejos de nosotros. Está ahí al lado. Vive dentro de mí, de ti, de los demás. A veces no le damos valor. O incluso lo despreciamos o nos reímos de quienes tienen la valentía de ser sencillos. Esta es la palabra: sencillez.
Y quiero echar mano de un texto ajeno para compartirlo sencillamente. Sin permiso de quien lo ha escrito. Porque quien escribe sobre la sencillez no necesita dar permiso para que esa sencillez se comparta. Lo escribió Miguel Ángel Mesa en Religión Digital el pasado 31 de enero. Simplemente lo reduzco un poco. Dice así:
La sencillez es, quizá, una de las mayores necesidades que tenemos que recuperar los hombres y mujeres de nuestros días, para poder tener una vida más enriquecedora, plena y feliz. Estos serían, a mi modo de entender, algunos de los rasgos de una persona que aspira a vivir con sencillez:
Una persona sencilla sabe escuchar con atención, ofrece sus dones y habilidades con generosidad y se siente agradecido por todo lo que le ofrece en cada momento la vida.
Una persona sencilla no se cree nunca en posesión absoluta de la verdad, atiende a las razones del otro y aprovecha todo lo positivo que se le ofrece.
Una persona sencilla desprende ternura, sensibilidad y cercanía por los cuatro costados.
Una persona sencilla se deja interpelar por la realidad y, ante cualquier situación injusta levanta su voz y sale a manifestarse a la calle, junto a otros hombres y mujeres, sin importarle sus creencias o sus ideas.
Una persona sencilla guarda y protege como oro en paño ese tallo frágil y flexible de la esperanza que, a pesar de los vientos contrarios, siempre vuelve a su ser y permanece en pie.
Una persona sencilla no es codiciosa, ni se afana por tener más dinero o más posesiones: vive contenta con lo que tiene e intenta no angustiarse por nada.
Una persona sencilla se siente libre ante todo y ante todos, sin hipotecar su forma de vida por nada que le impida sentir y respirar en libertad.
Una persona sencilla no cree que ya lo ha conseguido todo, sino que siempre le sobran cosas.
Una persona sencilla no piensa que ya lo sabe ya todo, sino que se mantiene en búsqueda permanente.
Una persona sencilla anda siempre deseando el encuentro, pretendiendo la armonía, buscando sin cesar el diálogo y el entendimiento, la paz basada en la justicia.
Una persona sencilla sabe disfrutar con los amigos y amigas de una buena comida en común, de una conversación íntima, de un viaje compartido…
Una persona sencilla goza y es feliz con los pequeños detalles y regalos que le ofrece el día a día, con las personas a las que quiere y que le quieren, con la naturaleza que le rodea.
Una persona sencilla se muestra acogedora y ofrece su solidaridad con los marginados y excluidos, sin importarle lo que digan de ella, porque sabe que solo así será posible otro mundo más humano y fraterno, justo y en paz.
Una persona sencilla camina sonriente, feliz, humilde y confiadamente, junto a los demás, es decir, sobre la palma de la mano del Misterio diáfano de la Vida”. De Dios, añado.
¿A cuál de estos catorce rasgos de la sencillez te apuntas? ¿Cuál vives-vivo? ¿Cuál, no?