Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Redescubrir la alegría divina en nosotros

23 de octubre de 2024

Hasta hoy, en algunos lugares, uno de los juegos más comunes entre los grupos de amigos que se reúnen es una especie de campeonato de mimo. El grupo se divide en dos equipos. Los compañeros se ponen de acuerdo en un tema o asunto y llaman a alguien del equipo contrario y le piden que transmita una palabra o un asunto mediante gestos e imitaciones a sus compañeros para que intenten descifrar lo que quiere decir el imitador. Hay grupos que tocan durante horas y horas interpretando con mímica las canciones de MPB. Otras veces, son títulos de películas o telenovelas. Otras veces pueden ser actitudes vitales.

En un campeonato de mimo, alguien empezó a bailar y a moverse con una expresión muy feliz. La gente del equipo trató de adivinar.

Gritó un compañero de equipo: – ¡Fiesta!

La chica que hacía la mímica indicó que no era eso.

El juego continuó. Otra persona interpretó: «Grupito de San Juan». No lo era.

Un niño se aventuró a salir: – Lo sé: ¡Carnaval!

Tampoco lo fue y el equipo perdió. Lo correcto hubiera sido: «culto afro» o «Candomblé».  Alguien protestó: – Esto no es válido. ¿Cómo podríamos imaginar que la danza y la alegría tienen que ver con la religión y el culto a Dios?

Para ese grupo y para muchas personas de todo el mundo, si alguien quisiera interpretar con gestos mímicos un culto o una oración tendrían que adoptar actitudes de recogimiento, ojos cerrados, cabeza baja, manos unidas en actitud de súplica. Sin embargo, en la mayoría de las tradiciones indígenas y afrodescendientes, el culto se realiza en un círculo de danza, con el sonido de tambores o maracas. Y la gente cree que el Espíritu viene a jugar en círculo y a bailar con sus hijos e hijas en la alegría del amor.

La tradición cristiana no ha hecho mucho hincapié  en relacionar a Dios con la alegría. En la canción llamada «Partido Alto», Chico Buarque canta:

«Dios es un bromista, le encanta bromear

Porque para lanzarme al mundo, tenía el mundo entero

Pero pensó que era divertido ponerme en un aprieto

En el vientre de la miseria, nací brasileño…».

Hoy, en medio de todos los sufrimientos y problemas que atravesamos, uno de los signos más importantes de que hemos asumido una espiritualidad liberadora es cultivar en nosotros la opción por la alegría, incluso en medio de los conflictos y dolores de cada día.

Las personas pueden tener un temperamento naturalmente alegre, o pueden tener ya más dificultades para encontrar la gracia en las cosas sencillas de la vida. Lo importante es que, de cualquier manera, todos pueden gozar como opción de fe. Este tipo de alegría no puede confundirse con el placer o el optimismo fácil. Es simplemente una opción de vida, motivada por la confianza de que incluso en medio del dolor y la lucha, si tenemos amor, tenemos alegría.

La alegría no es sólo para cuando se está bien. Cualquiera que haya estado en uno de los países más pobres de África sabe que incluso cuando la gente sale a la calle a protestar, lo hace bailando y jugando. Para las culturas originarias, la alegría es un don divino como fuerza de resistencia. En Brasil, quienes conviven o conocen a hermanos y hermanas que viven en la calle saben que, incluso en medio de muchas dificultades, encuentran la fuerza para sonreír y mantener el humor. Entienden que la alegría es una fuerza que sana y nos da energía para fortalecernos interiormente y reanimarnos unos a otros. 

Según la Biblia, en el siglo VI antes de Cristo, cuando los cautivos judíos regresaron de Babilonia, comenzaron a reconstruir Jerusalén y el templo. Los sacerdotes reunieron a la multitud y leyeron a todos el libro de la alianza de Dios. La gente comenzó a llorar y a golpearse el pecho. El gobernador Nehemías, que coordinaba aquella reunión, dijo al pueblo: «No lloréis. Volved a casa. Comed bien y celebrad, porque la alegría de Dios es nuestra fuerza» (Neh 8,10).

Más tarde, según el Cuarto Evangelio, durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Juan 15,11).

[1] Artículo basado en Marcelo Barros. Teólogo. Religión Digital – 28.02.2021

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