Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del III Domingo de Adviento
Hoy me ha sorprendido la humilde sinceridad de Juan el Bautista, al reconocer que él era mucho menos de lo que la gente pensaba (Lc 3, 10-18): la humildad y el amor por la verdad son dos virtudes que escasean en la vida pública. Espero que Jesús esté de acuerdo conmigo…
– ¡Bravo! -me ha dicho al ver mi cara de satisfacción-. Cumples la exhortación litúrgica: «¡Estad siempre alegres en el Señor, estad alegres!». Ya sabes que, cuando Pablo escribió estas palabras, estaba encarcelado y, sin embargo, estaba contento.
– Pablo era un creyente como la copa de un pino -he respondido señalando una mesa libre donde dejar los cafés-, pero a mí no siempre me sale el estar alegre…
– Porque confundes la alegría con el bienestar -me ha cortado-. Pablo estaba alegre “en el Señor”: yo estaba con él, en las alegrías y en las penas; tal vez sea esto lo que te falte…
– Y algo de la humilde sinceridad del Bautista; hay tanta mentira y propaganda falsa en la vida pública -he añadido a toda prisa-.
-Y en la privada -ha completado con serenidad, después de tomar un sorbo de café-. No olvides que en la vida pública cristalizan tanto los defectos como las virtudes que dominan en vuestras vidas. A fin de cuentas, los políticos no caen llovidos del cielo y sois vosotros quienes los elegís. Os guste más o menos, reflejan las virtudes y defectos dominantes en la sociedad…
– No sé cómo haces, pero siempre aciertas cuando me corriges -he reconocido con un gesto de contrariedad-. Hablemos de Juan, tu precursor, que será mejor.
– No hace falta que cambies de tema -me ha dicho mientras yo, distraídamente, revolvía mi taza de café-. Si seguimos con Juan, te darás cuenta de que ya entonces propuso la fórmula perfecta para una sana convivencia. ¿Recuerdas qué le preguntó la gente que escuchaba su predicación?
– Sí; algo muy simple: ¿qué tenían que hacer?
– Muy simple e imprescindible. No les pidió ninguna heroicidad, sino algo profundamente humano: ser misericordiosos, compartir, ser honrados, no abusar de la fuerza cuando se está en una situación de autoridad… Te recuerdo sus palabras: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga comida, haga lo mismo; no exijáis más de lo establecido -recordó a los recaudadores-; no hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga -exigió a los soldados-»… ¿No te parece que, si cada uno de vosotros tomase en serio las recomendaciones de Juan, la vida pública y privada serían otra cosa?
– Sin duda -he reconocido de buena gana-. Y, si además se añaden unas gotas de humildad, la fórmula resultará perfecta.
– Juan sabía muy bien quién era él y dónde estaban sus límites -ha proseguido apurando el café-. Pero ésta es una asignatura pendiente para muchos. Él no era el Mesías, ni ambicionaba que le tomaran por tal. Se contentaba con ayudarme a calzarme las sandalias. Lo dijo con tal sinceridad que me emocionó. Toma nota, porque aquí está el secreto para ser honestos: “no ambiciones grandezas que superan tu capacidad”, como dice el salmo; no ambicionar el poder, porque el poder corrompe. Aquí tienes una espléndida tarea para este Adviento.
Y se ha despedido sin más comentarios.