Opinión

Pedro Escartín

¿Qué será de este hijo?

17 de marzo de 2021

Mientras José y María bajaban con Jesús a Nazaret después del sobresalto de tenerle desaparecido durante tres días, estoy seguro de que José se preguntaba: “¿Qué será de este hijo?” El médico-escritor Lucas dice que la madre rumiaba cuidadosamente en su corazón lo que había ocurrido en aquellos tres días y la respuesta de Jesús: “¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. Pero nada dice de lo que pensaba José, aunque, como digo, estoy seguro de que le preocupaba la incógnita sobre el futuro de aquel muchacho, que en realidad era hijo de Dios, pero para los de su pueblo solo era “el hijo del carpintero”.

Al no ser José de la tribu de Leví, no podía aspirar a un puesto para su hijo en el templo de Jerusalén, y aunque procedía de la casa y familia de David, sus menguadas posibilidades económicas no permitían que el chaval frecuentase los círculos rabínicos con la esperanza de llegar a ser un prestigioso “maestro”; así que debería contentarse con enseñarle su oficio de carpintero.

Lo curioso es que a este buen hombre, nada ingenuo y eficaz cabeza de familia, callado y fiel, como demostró sobradamente durante la peripecia del nacimiento del niño con emigración incluida, se le venere como patrono de los Seminarios donde se forman los futuros sacerdotes de la Iglesia católica. Será, probablemente, porque con la carpintería enseñó a su hijo, como dice la oración de la Iglesia, a «ser santo y carpintero, / la gloria y el madero, / la gracia y el afán, / tener propicio a Dios y escaso el pan».

¿Cuántas veces, al verlo crecer, pensaría José qué sería de aquel hijo? No sabemos si barruntó cómo iban a ser los últimos años de la vida de Jesús, pero podemos estar seguros de que, del ejemplo de José y de María, bebió Jesús aquel talante que luego formuló como su seña de identidad y lo propuso a sus seguidores cuando les dijo que debían ser «como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

Nuestras Iglesias sufren ahora una dolorosa escasez de vocaciones para la vida sacerdotal. Ser cura no entra en los cálculos de los adolescentes y jóvenes cuando se plantean su futuro, pero tampoco en el de sus padres. Gracias a Dios, el sacerdocio ya no es una “carrera”, si es que alguna vez lo fue, y no ofrece un futuro con prestigio social. En estos tiempos se palpa casi físicamente que el cura está para servir o de lo contrario no sirve para nada. Y esto tiene mucho más sabor a Evangelio que a otra cosa. ¡Lástima que las familias cristianas no lo vean así y sueñen para sus hijos un futuro brillante, mientras siguen reclamando que haya curas y olvidan que el germen de la vocación se siembra, se cultiva y crece en la familia!

Hay cristianos que, en la fiesta de san José, pedirán a este hombre, que el papa Francisco ha descrito con corazón de Padre, que suscite vocaciones al sacerdocio y no seré yo quien diga que no se haga; pero me atrevo a decirles que no dejen de pedir también para ellos y sus familias el talante que hace plausible el que esas vocaciones germinen en sus propias casas. En el año 1959, Jorge Sans Vila publicó un libro-encuesta titulado “¿Por qué me hice sacerdote?” Un puñado de curas confesaban cuál fue el impulso espiritual que les llevó al sacerdocio. Un denominador común emergía de la encuesta: hacer de su vida un servicio desinteresado. Ese talante es el que ahora necesitamos.

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