“Orden” es tal vez una de los vocablos más denostados en los últimos tiempos. Citarlo evoca, supuestamente, períodos sombríos de nuestra historia pasada; suena a expresión rancia, propia de la disciplina castrense o de tradiciones ya superadas. Quien defiende el orden como una actitud primordial para la gestión de su vida personal y familiar, suele ser señalado como persona intransigente, fanática o anacrónica.
Por el contrario, a las personas desordenadas se les clasifica casi siempre de manera favorable. Ellas son espíritus libres, no sujetas a los corsés imperantes. A menudo, se les identifica como genios con una excelsa capacidad creativa o artística que justifica su desorden, como si este fuera el canon que debieran pagar para mantener con vigor su vena creadora.
Airear que en tu casa es muy importante que las cosas estén colocadas en el lugar que les corresponde, puede ocasionarnos insinuaciones, con más o menos sarcasmo, de que eres un poco exagerado y que tal vez padezcas un “TOC” o alguna otra patología psiquiátrica similar.
Sin embargo, merece la pena reivindicar esta palabra en el ámbito personal y familiar. Si en nuestra casa no se respetara el orden, las once personas que vivimos en un piso de apenas 100 m2, nos hubiéramos devorado los unos a los otros hace mucho tiempo.
Existen estudios serios, publicados en revistas especializadas que aseguran que una persona media gasta un año de su vida buscando cosas perdidas. Las estancias reproducen comportamientos humanos; las habitaciones claman y delatan si en ellas vive un tirano o un bendito.
Nuestros hijos se han cansado de oír repetidamente de sus padres: “esto no es una pensión”. Y es que, aunque sea evidente que nuestra casa no es una pensión, conviene recordarlo de vez en cuando para evitar confusiones dramáticas. Porque estoy convencido que, si un hijo mío no se hace la cama, tengo un grave problema. Y no solo porque eso significaría mayor trabajo para nosotros, los padres, que deberíamos suplir la flojedad de nuestro hijo, sino que, el hecho de no recoger su cama evidencia carencias interiores muy profundas que se acrecentarán conforme vaya cumpliendo años. No sería desajustado este diagnóstico sobre los hijos: “Dime cómo tienen ordenado su cuarto y te diré quiénes son”.
Pero no quiero referirme solo al orden en las cosas que adornan nuestra casa. El orden abarca todas las facetas de la vida. Así, por ejemplo, nuestros hijos necesitan un horario para levantarse, un horario para comer y cenar, un horario para volver a casa por la noche, un horario para hacer los deberes o un horario para jugar. La familia necesita disciplina, sí, otra palabra maldita. Padres e hijos precisamos de pautas firmes que nos concedan seguridad, que eviten la anarquía en nuestra casa para que esta no se convierta en una pensión en la que cada uno de los clientes marcan sus propias pautas al margen de los vecinos de la habitación de al lado.
Sin embargo, el orden que considero más importante es el que se refiere a las prioridades vitales, a la jerarquía de valores. Stephen Richards Covey, autor del libro superventas: Los siete hábitos de las personas altamente efectivas, subraya que “lo más importante en la vida es que lo más importante sea lo más importante”. ¡Qué tesis más obvia, pero qué poco la ponemos en práctica!
Conocer qué es lo importante, lo trascendental y qué resulta marginal simplifica muchísimo nuestra toma de decisiones. ¿Qué es lo más importante para ti en tu vida? ¿Le estás otorgando el lugar que se merece? ¿Te preocupas por cosas banales y dejas lo importante para otro momento si es que te queda tiempo?
Conocer la jerarquía y el orden adecuado de las actividades de la vida diaria, es sustancial para no navegar a la deriva jornada tras jornada. Preguntarse qué debo anteponer a mi trabajo, a mis aficiones o a mis diversiones, nos confiere el norte necesario para llegar a buen puerto.
Por otra parte, los expertos afirman que lo primero que se debe hacer para ordenar tu entorno es desechar un montón de cosas que tenemos pero que no utilizamos y que nos ocupan mucho espacio. Desprenderse de estos bártulos inútiles despejará nuestra visión y permitirá que solo estemos rodeados de lo que se han venido a denominar “cosas felices”.
Asimismo, para ordenar nuestra vida, debemos descartar todo aquello que nos estorba y que impide que disfrutemos de lo más importante porque nos quita tiempo para ello.
Así, por ejemplo, un trabajo al que dedicamos demasiadas horas al día sin que sea necesario para nuestra economía doméstica; o el trato con ciertas amistades que no nos aportan ningún provecho espiritual. En este tipo de casos, el trabajo o este tipo de relaciones se convierten en parásitos minadores de tiempo para nuestra familia sin que nos demos cuenta.
Los metros cuadrados de una vivienda no se multiplican por el hecho de que sus estancias se encuentren ordenadas pero la sensación de amplitud es mayor; así también, nuestra vida se ensanchará si somos capaces de establecer un orden adecuado para la misma. Si dejamos que lo más importante sea lo más importante, nuestros años se llenaran de vida en lugar de llenar nuestra vida sólo de años.