Opinión

Pedro Escartín

Qué bien se está aquí

12 de marzo de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II Domingo de Cuaresma

Ya estamos sumergidos en la Cuaresma. Parece que, en este año, la agresión desatada contra Ucrania, con su cortejo de destrucción y dolor, nos ha hecho más sensibles para las prácticas cuaresmales. Lo experimentábamos el pasado Miércoles de Ceniza, secundando la llamada del Papa a orar y ayunar por la paz. El párroco nos ha hablado hoy de la manifestación gloriosa de Jesús en lo alto de una montaña, de la que fueron testigos Pedro, Juan y Santiago, los mismos discípulos que unos meses después serían testigos de su angustiosa oración en Getsemaní. No sé si nos ha hablado de la transfiguración porque tocaba o porque también ahora necesitamos algo que nos dé un respiro y un poco de confianza. Me pica la curiosidad de saber cómo vive Jesús lo que nos está pasando.

– Leo en tu cara la preocupación -me ha dicho en cuanto nos hemos visto-. Supongo que es por la guerra y sus consecuencias.

– Pues sí -me he apresurado a decir mientras hacía señas al de la barra para que nos sirviera lo de siempre-. Se me parte el corazón viendo a esas pobres gentes en medio de la nieve, con lo puesto y buscando refugio.

– A ti, a mí y al Padre, que no puede intervenir porque se ató las manos cuando decidió que los humanos tuvieseis libertad para ser dueños de vuestros actos. En algunos momentos resulta muy duro tomar en serio y respetar vuestra libertad, esperando que llegue la hora de la glorificación. ¿De qué crees que hablaba con Moisés y Elías en lo alto de la montaña?

– Sí; de tu muerte que se consumaría en Jerusalén. Lo ha dejado claro el evangelio de hoy (Lc 9, 28-36) -he respondido, pues había escuchado las lecturas de la Misa con atención-. Pero ese silencio de Dios es lo que se me hace cuesta arriba. Tanto en tu pasión como ahora; ¿por qué el Padre no se implicó un poco más y no desautorizó al Sanedrín, a Pilato, a Herodes, y ahora a ese “señor de la guerra”?

– Pues porque toma en serio a sus criaturas. No sois unas marionetas que os movéis según se mueven los hilos que os sostienen; sois personas libres y responsables. Tenéis que ser vosotros los dueños del bien y del mal que hacéis; esto os dignifica, pero tiene un precio…

Hablando y tomando pequeños sorbos, me he dado cuenta de que casi teníamos apuradas las tazas y consumido nuestro tiempo. Apresuradamente he dicho:

– Tendremos que volver sobre este tema, que me apasiona. Recuerdo un poema de Charles Péguy, ¿te suena?, en el que, a propósito de la libertad humana, pone en boca de Dios estas palabras: «¿Qué es la felicidad, si no es libre? Una felicidad de esclavos, ¿crees que me interesa? Cuando se ha conocido lo que es ser amado libremente, las reverencias de los esclavos no nos dicen nada».

– Recuerdo a Charles y su amor apasionado, que le condujo a la conversión. Con Jacques Maritain y otros filósofos de su generación impulsaron el humanismo cristiano en la Francia libertaria de comienzos del siglo pasado. Ya ves que los caminos del Padre no siempre son los vuestros…

– Ni los de tus discípulos, que se durmieron en lo alto de la montaña, cuando hablabas con Moisés y Elías, y además pretendían montar tres tiendas y quedarse allí definitivamente.

– No te metas con ellos -me ha dicho amablemente-. Los pobres, igual que vosotros, necesitaban tiempo para digerir todo lo que está en juego en vuestras relaciones conmigo. Por eso necesitáis orar y confiar en el Padre -me he dicho zanjando por hoy la tertulia-.

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