“’Dios vio que era bueno’ (Gn 1,25). La mirada de Dios, al comienzo de la Biblia, se fija suavemente en la creación. Desde la tierra para habitar hasta las aguas que alimentan la vida, desde los árboles que dan fruto hasta los animales que pueblan la casa común, todo es hermoso a los ojos de Dios, quien ofrece al hombre la creación como un precioso regalo para custodiar”.
Así comienza el Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación del pasado 1 de septiembre. Este mensaje es una profunda reflexión que, creo, merece la pena dedicarle este espacio y un tiempo de reflexión por parte de cada uno. Mi aportación es sencilla: recoger literalmente en letra cursiva algunas de las afirmaciones del documento, que invito a que lo leamos enterito.
“No fuimos creados para ser individuos que mangonean; fuimos pensados y deseados en el centro de una red de vida compuesta por millones de especies unidas amorosamente por nuestro Creador”. La creación no solo es hermosa a los ojos de Dios. Se trata de una hermosura que surge de la unidad armoniosa y amorosa entre todos los seres que la componemos. Es una hermosura ‘en red’, interrelacionada. Nos apoyamos o nos vamos destruyendo juntos.
De ahí que siempre sea “la hora de redescubrir nuestra vocación como hijos de Dios, hermanos entre nosotros, custodios de la creación”. Esta es la gran misión, la vocación y la grandeza del ser humano: vivir armoniosamente relacionados entre nosotros como hijos de Dios, como hermanos y como custodios de la creación. No tiene nuestra vida sentido ni dirección más altos.
Justamente lo contrario a esta vocación es olvidar “quiénes somos: criaturas a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), llamadas a vivir como hermanos y hermanas en la misma casa común”.
Cuando nos olvidamos de esta nuestra vocación y misión, “es el momento de arrepentirse y convertirse, de volver a las raíces: somos las criaturas predilectas de Dios, quien en su bondad nos llama a amar la vida y vivirla en comunión, conectados con la creación”.
Esta vocación común debemos sentirla “también en profunda armonía con los hombres y mujeres de buena voluntad, llamados juntos a promover, en el contexto de la crisis ecológica que afecta a todos, la protección de la red de la vida de la que formamos parte”. Esta misión es común a todo ser humano de toda raza, género, religión… La creación nos une por encima de cualquier diferencia, que son superadas cuando son negativas y no enriquecen por la común unión con y en la naturaleza.
Sabernos y sentirnos como parte de la ‘red de la vida’ nos lleva a un gozo nuevo y gratuito: “En el silencio y la oración podemos escuchar la voz sinfónica de la creación, que nos insta a salir de nuestras cerrazones autorreferenciales para redescubrirnos envueltos en la ternura del Padre y regocijarnos al compartir los dones recibidos. En este sentido, podemos decir que la creación, red de la vida, lugar de encuentro con el Señor y entre nosotros, es «la red social de Dios», que nos lleva a elevar una canción de alabanza cósmica al Creador”.
La ‘red de la vida’ se convierte en ‘red social’, que nos relaciona entre nosotros en cuanto seres humanos responsables de la creación recibida. Y, profundizando, la descubrimos como ‘la red social de Dios’, en la que Él se nos comunica y nosotros entramos en relación con Él. Abismo de alegría y de felicidad profunda es la creación contemplada de esta manera.
El convencimiento de ser parte de la ‘red de la vida’ nos lleva a “reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre cómo nuestra elección diaria en términos de alimentos, consumo, desplazamientos, uso del agua, de la energía y de tantos bienes materiales a menudo son imprudentes y perjudiciales. Nos estamos apoderando demasiado de la creación. ¡Elijamos cambiar, adoptar estilos de vida más sencillos y respetuosos!”. Esta es nuestra contribución cada día ‘a pie de calle’.
Y pasar de la reflexión a la acción: “Este es el tiempo para emprender acciones proféticas. Muchos jóvenes están alzando la voz en todo el mundo, pidiendo decisiones valientes. Están decepcionados por tantas promesas incumplidas, por compromisos asumidos y descuidados por intereses y conveniencias partidistas. Los jóvenes nos recuerdan que la Tierra no es un bien para estropear, sino un legado que transmitir; esperar el mañana no es un hermoso sentimiento, sino una tarea que requiere acciones concretas hoy. A ellos debemos responder con la verdad, no con palabras vacías; hechos, no ilusiones”. No solamente los jóvenes, sino muchas personas, muchas, estamos tomando conciencia de esta realidad. Necesitamos que la conciencia y la acción para proteger ‘la red de la vida de la que formamos parte’ sigan creciendo en cantidad y en calidad.
Por tanto, “’Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia’ (Dt 30,19) … ¡Así que escojamos la vida! Digamos no a la avaricia del consumo y a los reclamos de omnipotencia, caminos de muerte; avancemos por sendas con visión de futuro, hechas de renuncias responsables hoy para garantizar perspectivas de vida mañana. No cedamos ante la lógica perversa de las ganancias fáciles, ¡pensemos en el futuro de todos!”
Sin olvidar nuestra responsabilidad personal en la que no tenemos sustitutos. Quedará para siempre sin hacer lo poco o mucho que cada uno personalmente no hayamos hecho. Por eso, “cada fiel cristiano, cada miembro de la familia humana puede contribuir a tejer, como un hilo sutil, pero único e indispensable, la red de la vida que abraza a todos. Sintámonos involucrados y responsables de cuidar la creación con la oración y el compromiso. Dios, «amigo de la vida» (Sb 11,26), nos dé la valentía para trabajar por el bien sin esperar que sean otros los que comiencen, ni que sea demasiado tarde”.
Nada más que añadir por hoy y ¡olé! por esta llamada y esta esperanza.