Unos días antes de las elecciones del 28 de abril de este año, un partido político convocó a las diferentes ONGs para interesarse por sus necesidades (todos los partidos lo hacen), y así incluirlas en el programa electoral. Cada organización expuso su realidad y cómo con algunas intervenciones mejoraría la calidad de vida de sus beneficiados. Cuando me llegó el turno, después de recordar que desde que empezó la última crisis la Ayuda Oficial al Desarrollo había sido recortada hasta un 75 %, subrayé (por dos veces, porque a la primera no se me respondió), que si en lugar de gastar dinero en vallas, cuchillas, policías, salvamento marítimo, etc., se gastara en proyectos de desarrollo, no llegarían tantos inmigrantes a las costas mediterráneas. Nadie sale de su casa y de su país si tiene un mínimo proyecto de futuro que le posibilite vivir con lo básico. Con el consiguiente rechazo de gobiernos, algunos cerrando sus fronteras, y de personas, con la excusa peregrina de que vienen a quitarnos el trabajo.
En los años sesenta, en España, hubo una gran desbandada de emigrantes hacia Francia, Suiza y Alemania. Yo fui una de ellas. Era la mayor de seis hermanos y mi padre estaba enfermo. Los salarios aquí eran ridículos. En Suiza eran cinco veces más. También allí nos decían que íbamos a quitarles el trabajo cuando, como aquí, los extranjeros hacíamos lo que los suizos no hacían. O sea, los trabajos más duros, más pesados y más desagradables. Pero teníamos una ventaja que no tienen los emigrantes ahora: los gobiernos no nos cerraban las fronteras, además íbamos con contrato de trabajo y un lugar donde alojarnos.
Toda esta retahíla viene a cuento de los últimos acontecimientos. Me explico: el día cuatro de octubre hubo muchas manifestaciones, tanto en ciudades como en pueblos, a las que se adhirieron ayuntamientos, diputaciones y público en general, en defensa de la España Vacía o Vaciada. Al día siguiente una persona de las organizadoras, oí que en su declaración a los medios había dicho que si en los pueblos hubiera posibilidad de futuro, la gente no se iría a la ciudad. Y ahí voy yo. Si las personas de Sudamérica, los subsaharianos, los…. Tuvieran proyectos que les aseguraran un futuro mínimamente mejor que el que tienen, no se moverían de su tierra. No sufrirían por la lejanía de sus seres queridos, ni el desarraigo que supone otra cultura, otro idioma, ni el rechazo de los que piensan que vienen a quitarnos el trabajo.
Como voluntaria de Manos Unidas he tenido la suerte de visitar los proyectos que esta organización financia en Paraguay, y constatar cómo los que tienen algún apoyo, lo aprovechan hasta lo indecible y se sienten agradecidos de poder mejorar sus vidas sin tener que salir de su tierra.
También como componente de una organización mundial de mujeres, he visto como una religiosa española saca del analfabetismo a muchas jóvenes, enseñándoles a leer, escribir y hacer cuentas. Además, les enseña un oficio para que puedan ganarse la vida dignamente, en un pueblo de Senegal. Y también he visto como vienen los subsaharianos a Marruecos con la esperanza de llegar a España, y cómo son atendidos en sus graves necesidades físicas y psicológicas, después de meses, y algunos quizá años, de travesía por el desierto, en Tánger por unas religiosas y el arzobispo.
Hasta aquí podría decirse que he escrito sobre inmigración económica ¿Pero que decir de los refugiados? Los que huyen de las guerras, de la violencia, de las dictaduras… Y los gobiernos mirando para otro lado. Si en lugar de ser personas, fuera petróleo lo que está en juego, ya se habrían movilizado, como hemos visto en otras ocasiones.
Pido disculpas si me hago pesada con este tema, pero es que me duele mucho que haya tantas personas que sufren lo indecible. Pienso en ellas cuando rezo en el Padrenuestro la frase “Venga a nosotros tu Reino…”. Ojalá para ellas venga cuanto antes.