Aprender a tener Esperanza y saber en qué lugares la podemos encontrar, partiendo de cómo somos y qué capacidades tenemos para sentirla, realizarla y vivir con ella, es una tarea fundamental de todo cristiano comprometido con su prójimo y su Dios. Aprender a tener Esperanza, conocernos a nosotros mismos, es descubrir nuestras fortalezas y nuestras debilidades. San Enrique de Ossó, patrono de los catequistas, decía: “La ciencia más difícil de adquirir y la más provechosa, es conocernos a nosotros mismos”.
Funcionan en nosotros procesos positivos, y aunque sabemos más de las enfermedades, de lo que funciona bien no se sabe mucho. Por qué se da la esperanza, por qué se da la felicidad, por qué hay parejas que funcionan muy bien durante toda su vida, por qué hay gente que tiene un estupendo bienestar psicológico, por qué hay gente que supera antes las malas rachas… se ha estudiado muy poco.
En el fondo sería intentar conocer nuestros superpoderes, como los héroes de ficción. Ellos tienen poderes y nosotros tenemos el poder de resolver o superar nuestros problemas, creciendo, mejorando y estando bien. (Cf. Prof. Alfonso Salgado. Catedrático de Psicología de la UPSA).
Pero, y los conocemos o somos nosotros mismos, hay personas que resisten mejor los sufrimientos de la vida, que son personalidades resilientes, resistentes, que asumen los cambios como posibilidades de nuevas experiencias, que tienen un cierto grado de influencia sobre las cosas que les suceden. Son personas positivas, que además tienen una buena inteligencia emocional, son esas personas que siempre ven la botella medio llena. Esto los lleva a una dinámica de fluir, les gusta lo que hacen, lo disfrutan, hacen que todo fluya. Y son personas capaces de poner a los otros por encima de ellos, tienen conductas altruistas, actos gratuitos por los demás.
Bien, pero llegados hasta aquí nos damos cuenta que, dentro de la conducta humana, es el comportamiento lo que nos define, porque define la relación que cada uno mantenemos en el contexto en que estamos; diferentes sitios, comportamientos diferentes. Esto tiene que ver con lo que uno piensa, con lo que uno siente, con lo que uno percibe y sobre todo con lo que hace.
Y si estamos bien con nosotros mismos, todo a nuestro alrededor estará bien.
Una fortaleza es lo que se te da bien, es lo que es bueno y, cuando lo pones en funcionamiento, te da altos niveles de bienestar. Es necesario conocerse. Hay cinco fortalezas importantes: vitalidad, agradecimiento, amor, curiosidad y esperanza: Son fortalezas que todos tenemos en más o menos cantidad y que contribuyen a nuestro grado de desarrollo personal.
La RAE dice que la Esperanza es el sentimiento de ver como posible la realización de algo que se desea. Si nos fijamos, hay tres palabras que lo definen: posible, realización y deseo. Porque no basta con desear, no basta sólo con querer, hay que hacer, planificar para conseguirlo y que suceda, hay que tener capacidad de deseo, capacidad de fuerza de voluntad, dar pasos para conseguir aquello… en lo que tengo puesta mi esperanza.
Y como Pueblo de Dios comprometido ese grado de Esperanza debe ser lo que nos impulse con arrojo evangélico, como dice Francisco cuando habla de la “parresia bíblica”, es decir, con amor a la verdad, fuerza, valentía, inteligencia… actitudes con las que responder al reto de SER CRISTIANOS HOY, como escribe mi amiga Susana en Tiempo de Gracia.
Todo esto va unido, a conocer qué control tengo sobre mi propia vida, qué valor tienen para mí las cosas. Una persona que tiene alta esperanza tiene objetivos específicos y realistas, capaces de concretar todo en casos y actos particulares y específicos. Porque, como dice el Papa Francisco: “No es fácil entender lo que es la esperanza. Se dice que es la más humilde de las tres virtudes, porque está oculta en la vida”.
La esperanza es esperar lo mejor para el futuro y trabajar por ello, y yo puedo hacer algo para que suceda. Sabemos que el proceso sinodal no ha terminado con la asamblea de octubre pasado, según DF nº9: “El proceso sinodal no concluye con el final de la actual Asamblea del Sínodo de los Obispos, sino que incluye la fase de implementación. Como miembros de la Asamblea, sentimos que es nuestra tarea comprometernos en su animación como misioneros de la sinodalidad dentro de las comunidades de las que procedemos”. Documento final del Sínodo. Nuestro trabajo comenzó al día siguiente del final.
Solamente conociéndonos a nosotros mismos, siendo capaces de tener conciencia de cómo somos, de nuestro comportamiento, nuestros pensamientos, nuestras acciones, seremos capaces de conectar con Dios de una forma sincera y humilde, que nos lleve a trabajar por la Iglesia a la que pertenecemos y nuestro punto de conexión será siempre la Esperanza en Él. Y nuestro medio para llegar a ella y a Él será la oración.
La oración siempre es el mejor medio para llegar a Dios, en ella todas nuestras peticiones al creador están montadas sobre la Esperanza de conseguir que mi Dios sea mi sustento, mi vida, me ayude a caminar. Por este medio me conecto mejor con mi Dios, me abro a Él y a los demás, en un acto de agradecimiento y humildad.
Si tratamos de llevar adelante nuestras esperanzas, siempre estarán basadas en la fe que profesamos, que es la que nos alimenta al pueblo de Dios en su caminar hacia el futuro y lo mueve a progresar por los caminos de la dignidad y la justicia.
Esta sería nuestra Esperanza como pueblo, como Iglesia y, dentro de ella, nuestras obras, nuestra actuación, como coherencia entre nosotros, lo que somos, con nuestra fe en el Señor.
En este año de Esperanza todos somos peregrinos, nuestro caminar no se puede detener, hemos trabajado muchos, durante tres años, juntos, para conseguir un modelo de Iglesia que nos sirva a los que estamos y a los que vendrán en un futuro. Porque el mensaje de Jesús nunca cambia y el Evangelio se proyecta en su Iglesia hacia un futuro que no conocemos, pero siempre hacia el futuro. Y, sin embargo, para generar futuro, y por tanto esperanza, es necesario imaginar, pensar, sentir, percibir, actuar… proyectarnos en la sociedad y en la Iglesia y crecer juntos.
En Él está puesta nuestra máxima Esperanza. Él es el Cristo que murió por nosotros y nos redimió, dándonos a conocer la Esperanza en el Reino de su Padre.
Si, como dice la encíclica Spe salvi de Benedicto XVI, “no podemos construir el Reino de Dios con nuestras fuerzas, pues lo que construiríamos sería el reino del hombre… el Reino de Dios es un don y constituye la respuesta a la esperanza, aunque nuestro obrar nunca es indiferente ante Dios”.
Me gusta la idea de que el Reino de Dios es un don y que por mucho amor y fe que tengamos, solo Dios es capaz de darnos ese Reino, ese don… y para dejarnos plenos de esperanza, nos dice que lo que hacemos, nuestros actos, nunca le son indiferentes a nuestro Dios.
Y me quedo con la mejor frase de la 1Carta de Pedro 3,15: “dar explicación a todo el que os pida, una razón de vuestra esperanza”.