Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Personas secundarias imprescindibles

26 de febrero de 2020

Eso es lo que podemos ser, o somos, todos nosotros, todos los seres humanos. “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Ciertamente, la inmensa mayoría ‘de la gente’ somos gente pequeña, vivimos en lugares pequeños o anónimos en lugares grandes, hacemos cosas pequeñas en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, en nuestro diario vivir. Así el mundo es salvado, podemos seguir viviendo en él y colaboramos en su cambio positivo. O negativo, cuando las cosas pequeñas que hacemos la gente pequeña, en lugares pequeños, destruyen y contaminan el ambiente moral que entre todos construimos.

En la historia que vivimos y que entre todos hacemos, la inmensa mayoría somos ‘personajes secundarios’ (Pedro Barrado), no salimos en los periódicos, no ocupamos cabeceras, nos conocen los amigos y pocos más; nuestra vida es normalita, normalita. Pero realmente no somos ‘secundarios’. Nuestra vida es única, irrepetible, aunque sea pequeña, mínima, insignificante para el mundo.

Somos únicos e irrepetibles para los nuestros, para los amigos, para los compañeros, para los que nos quieren y queremos, para todos… para Dios. Nadie nos puede sustituir en lo que, de bueno o de malo, podamos hacer. Somos, por tanto, también pequeños protagonistas en este ancho mundo. Nuestra buena acción de cada día no se pierde en el anonimato, ni es infecunda. Somos secundarios, pero importantes, necesarios para que el bien siga sembrándose y creciendo.

Cada uno de nosotros construimos cada día nuestra pequeña historia que, normalmente, suele ser mínima, sin renombre. Pero no solamente es mínima, sino que es única. Como es mínima, surge en nosotros la tentación de no darle importancia, de creer que nuestra acción es inútil, que no sirve para nada.

Por eso nos viene bien recordar que somos únicos e irrepetibles. No para creernos lo que no somos. Sino para responsabilizarnos de nuestra condición humana única e irrepetible. Nos viene bien pensar que es única. Que lo es. Que mi sonrisa y acogida afectuosa hace bien al que sonrío y acojo. Que este bien que hago, en la más absoluta normalidad y anonimato, se extiende, se contagia por medio de la persona acogida que, a su vez, acogerá a otros que se sentirán acogidos… y la cadena podrá seguir. Como mínimo, habrá habido un momento más de sonrisa y acogida en este mundo que, muchas veces, rezuma amargura, resentimiento, dureza de corazón. Nada cae en el vacío. Y nadie lo ha podido hacer en nuestro lugar. Quedará en lo no hecho por nadie.

Las personas buenas, aunque anónimas, las personas anónimas, pero buenas, son legión. En verdad, las personas que hacen el bien cada día, que se entregan al servicio de los demás en la sencillez del anonimato, desconocidas a los ojos masivos y superficiales del mundo, pero conocidas por quien experimenta de su bondad, son legión. Son las que sostienen a la humanidad, comenzando por los cercanos. Nuestra sociedad tan necesitada del alimento del amor, de paz, de solidaridad, de alegría…

Para que este rico caudal sea más fecundo, cada uno de nosotros, cada persona, estamos convocados a cultivar otra actitud ‘pequeña’, pero grande en consecuencias: mirar con atención a nuestro alrededor para descubrir esas ‘cosas pequeñas’ que se dan en nuestro círculo ‘pequeño’ y que están cambiando el mundo haciéndolo más habitable, más humano. Mirarnos a los ojos y ver lo bueno en el otro. Lo contrario a sospechar, a juzgar al otro, a dudar de que el bien existe y en abundancia. Mirar, contemplar, concentrarse en lo bueno de cada persona es la actitud que cada uno debemos buscar, ejercer. Quizás sea la primera cosa pequeña que podemos hacer para ayudar ‘a cambiar el mundo’. No solo podemos, sino que debemos hacer para que así, viendo el bien que hacen los demás y aprendiendo de ellos, la alegría, la justicia, la esperanza se vayan sembrando en nuestro mundo.

“Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (Filipenses 4,8). Casi se me olvida que ya nos lo había dicho San Pablo: la necesaria actitud de mirar atentamente lo mucho bueno (aunque sea pequeño), que muchas personas buenas (aunque sean anónimas o secundarias) hacen en muchos lugares (aunque sean pequeños) y descubrir que están cambiando el mundo porque creen en el bien y lo practican.

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