Hay una característica de las culturas asiáticas, mas en concreto en la cultura japonesa, que es donde vivo continuamente, que realmente es difícil de aceptar desde mi mentalidad occidental: la prioridad de lo colectivo sobre lo individual. En la cultura japonesa, la fuente de la identidad es grupal y colectiva. De manera que, no se diferencia lo personal de lo individual.
El individuo vive como una parte del grupo, de la sociedad, de la familia, de la empresa…cumpliendo su función dentro del organigrama social y desde el todo (por cierto muy responsablemente). El individuo vive en función de las expectativas del grupo al que pertenece, de manera que solo cumple una función dentro del orden social, sin ser reconocido en su ser personal.
Esta idea que parece intrascendente tiene gran cantidad de consecuencias para la vida ordinaria: se ha sacrificado lo personal en pos del grupo, nación, sociedad…de manera que hay una especie de renuncia inconsciente a ser protagonista de tu historia, y una libertad excesivamente condicionada, que lleva a la persona a vivir agazapada, escondida, diluida en un entramado de estructuras sociales, culturales y familiares, que no le permiten salir a flote.
La dificultad en la toma de decisiones a nivel personal y existencial, el “dejarte llevar” sin expresar tu parecer, la falta de espíritu critico, la confusión entre identidad social y personal, la mera utilización de la originalidad del ser humano en función de los intereses económicos empresariales, la incapacidad de plantearte un futuro distinto al no poder salir del circulo vicioso al que estas sometido, la fuerte presión social e inconsciente competitividad…son algunas sutiles consecuencias para la vida ordinaria.
Contemplando nuestra historia (occidental) hemos de reconocer con Cicerón que la historia es “maestra de la vida”. Gracias a los movimientos históricos del siglo XIX y XX hemos conseguido un distanciamiento ontológico entre la naturaleza y la libertad, lo cual ha permitido descubrir que el hombre no se siente parte de un todo (mundo físico o tribu), ni determinado por las relaciones primarias (sangre, economía de subsistencia) o por una cosmovisión sacral inmutable (autoridad protectora e inviolable), sino creando su propio mundo (la máquina, el futuro social, la autoliberación personal, el amor interpersonal, etc.).
La persona tiene un valor absoluto, una dignidad inviolable, única e irrepetible; mientras que el individuo es una parte del todo y esta “en función de”. Hoy en día con la enorme crisis del humanismo clásico que estamos viviendo esta volviendo a aparecer increíbles e inesperados fenómenos: el reajuste del sentido de la persona, la confusión entre persona y naturaleza, la difuminación entre lo humano y lo animal, la redefinición del sentido del bien y el mal…
A tiempos nuevos, nuevos desafíos y nuevos caminos a recorrer…