El Evangelio de hoy, viernes de la Octava de Pascua, relata una aparición de Cristo a los discípulos a orillas del lago de Tiberíades o mar de Galilea, al amanecer después de una noche sin pescar nada. Siguiendo las indicaciones de Jesús, la red se llenó de peces. Y aunque eran tantos (153), no se rompió la red al arrastrarla hasta la orilla, donde los esperaba Jesús con pan y un pescado sobre las brasas, invitándoles a comer. En esta escena hay dos elementos: la Misión y la Eucaristía.
La misión está indicada en el simbolismo misionero de la barca, la pesca, la red y los peces. Todos estos detalles apuntan a la misión universal de la Iglesia, heredada de Cristo e iniciada por aquellos a quienes Jesús constituyó “pescadores de hombres”, y que ahora faenan comunitariamente y ven cómo desborda de peces su red.
La comida fraternal que siguió a la pesca ha de entenderse en clave eucarística. Cuando los discípulos descargan la red, que no se rompe a pesar del gran número de peces – detalle que acentúa la unidad de la Iglesia dentro de su plural universalidad – , Jesús les invita a comer del pan y del pescado que Él ha preparado sobre las ascuas, así como de los peces que acaban de capturar.
La redacción textual: “Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”, repite el ritual de la multiplicación de los panes y los peces, que a su vez es el mismo que el de la última Cena y el de Emaús. Como un eco del pasaje evangélico de hoy, desde el principio el pez fue signo y contraseña de Cristo en la iconografía y el arte cristiano.
A todos nosotros nos dice Jesús en este día de Pascua: Echad la red, es decir, servid a la misión evangelizadora entre vuestros hermanos los hombres. A esta misión nos remite la Eucaristía que diariamente celebramos en nuestras comunidades cristianas.
