Hoy, sábado de la Octava de Pascua, meditamos la última página del Evangelio según San Marcos, que nos ofrece una especie de síntesis de las apariciones del Señor resucitado. El punto culminante del texto es el encuentro de Jesús con los Once, a quienes les echa en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.
Creer es fatigoso para todos; supone avanzar por un camino de montaña con curvas y repechos. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones y pecados, Jesús confía en estos testigos frágiles y dubitativos y los envía a anunciar el Evangelio por todo el mundo. La fuerza del Espíritu Santo, que recibirán en Pentecostés, los renovará y los acompañará en su trabajo apostólico.
Nosotros también estamos llamados a ir al mundo entero y a proclamar el Evangelio a toda la creación. San Pablo VI afirmaba que “la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia […] Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (EN 14).
Ahora el papa Francisco nos vuelve a insistir con especial fuerza y con sus gestos proféticos en la “conversión pastoral”. Con palabras apremiantes nos exhorta a inaugurar “una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría (EG 1).