Es fundamental siempre ir a las causas de lo que sucede en nuestro mundo. El fenómeno de la emigración, por ejemplo. Un hecho que se ha dado siempre. De diferentes modos y por diversas razones. Este fenómeno humano natural ha producido bienes de todo tipo en la humanidad. Y también tragedias. Pero no se pueden poner puertas a ese deseo natural del ser humano. Y, cuando la emigración es forzosa por el hambre o la guerra, nos toca a todos responder lo mejor humanamente posible. Con solidaridad personal y con solidaridad entre naciones.
Un ejemplo de emigración forzada por el hambre: el Cardenal nigeriano John Onaiyekan hizo unas declaraciones en las que acusaba a los gobernantes de su país de hacerlo “inhabitable” para los jóvenes mientras que tales dirigentes solo se preocupan de sus intereses personales: construir mansiones para ellos mismos y viajar por el mundo. El prelado, que es arzobispo de Abuya, completaba sus criticas señalando que este drama empujaba a muchos de ellos a emigrar ilegalmente a Europa, al mismo tiempo que decía sentir “vergüenza”, durante sus visitas a Roma, cuando veía a mujeres de su país ejerciendo la prostitución en las calles.
El Cardenal nigeriano pone el dedo en esta llaga: sí, en muchos lugares del continente africano los jóvenes encuentran su propio país “inhabitable”, sobre todo porque no tienen trabajo ni perspectiva alguna de encontrarlo. Y lo más normal del mundo es que quien se encuentre en esta situación busque otras salidas, como la inmigración.
Los jóvenes africanos que arriesgan seriamente su vida atravesando un desierto lleno de bandidos y traficantes sin escrúpulos o embarcándose en pateras en las que pueden terminar ahogados en el mar, no lo hacen solo movidos por un interés personal de buscar una vida mejor para ellos. Lo que de verdad mueve a estos jóvenes a literalmente jugarse la vida es el afán por dar a sus familias una vida digna. Un joven africano que se gana la vida como puede en allí a donde llega o, si tiene mucha suerte, en la construcción, estará orgulloso de enviar a su madre y a sus hermanos pequeños cien euros al mes para que puedan comer (aunque para ello él mismo tenga que malcomer una vez al día a base de arroz y salsa de tomate), ir a la escuela y tal vez poco a poco construir una vivienda a base de mucho sacrificio.
Otro ejemplo. En la República Centroafricana, desde donde escribe José Carlos Rodríguez, la situación es alarmante. Los datos oficiales lo sitúan como el país de la zona de África Central (que cubre once países) con la mayor tasa de paro juvenil, nada más y nada menos que el 80 por ciento. Y si ya es difícil para un joven que haya tenido la enorme suerte de completar la Universidad, qué decir de los que no han tenido la oportunidad de completar ni siquiera la educación primaria, que en muchos lugares es un lujo al alcance de muy pocos.
Duele ver a grupos de jóvenes sentados todo el día en esquinas o debajo de un árbol sin hacer nada. Muchos de ellos terminan enganchados a bandas que se dedican a pequeños robos, a consumir aguardiente casero o -un fenómeno que crece de forma imparable- a consumir drogas baratas pero muy peligrosas. Y no digamos nada cuando hay crisis en la capital y estos jóvenes son manipulados para engrosar las filas de milicias armadas que atacan a sus propios vecinos. No conozco ningún plan gubernamental para combatir el paro juvenil.
Estamos ante hechos, datos. Personas concretas. No es ideología. Ni moralismo barato. Información que forma y no deforma.
“Emérito o no, los emigrantes siempre se quedan en mis pensamientos, en mis preocupaciones. Son ellos los que han cambiado casi todo en mi vida. Ellos son los que me salvaron. Ellos son la mano con la que Dios me guió en estos años de servicio en la Iglesia de Tánger” (Santiago Agrelo. Arzobispo emérito de Tánger. Marruecos)
] Texto elaborado a partir de José Carlos Rodríguez Soro: “Jóvenes africanos en países ‘inhabitables’”. Religión Digital – 17.05.2019