No quiero analizar lo que sucede con los jueces en España; para eso ya están los partidos políticos.
Esta vez es para felicitar al juez italiano que ha hecho regresar a Italia a los doce inmigrantes que Giorgia Melloni había aparcado en Albania a la espera de ser deportados a sus países de origen. Al menos hay alguien que tiene sentido común.
Es doloroso cuando las personas son solo números. En las noticias solo nos dicen la cantidad que llegan en los cayucos o las pateras y cómo están de desbordados en Canarias.
Esos doce emigrantes, en primer lugar, tienen nombre. Son personas tan hijas de Dios como cualquier otra, por tanto, sujetos de respeto y con derecho a ser tratadas con dignidad.
En segundo lugar, tienen una vida pasada, seguramente llena de dificultades y sufrimiento y un futuro incierto pero que viene buscando que sea mejor que su pasado.
Tiene también una familia que habrá quedado esperando esa ayuda que le llegue del extranjero para sobrevivir. Y tantas otras cosas que se nos escapan porque no conocemos sus porqués.
¿Nos hemos parado a reflexionar en todos estos detalles?
Cuando yo era niña, en la escuela nos enseñaban que no debíamos hacer a otros lo que no queremos para nosotros. Hoy lo llamamos empatía, pero que por lo visto tenemos que crecer mucho en esta sensibilidad.
Hace unos días, en un pueblo de la provincia de Huesca, en una sesión de extracciones de sangre que se hacen periódicamente los donantes, acudió una familia de musulmanes, a todas luces inmigrantes, la madre y dos hijos para hacer sus donaciones ¿Se les podría considerar delincuentes por el hecho de ser inmigrantes? Su sangre dio vida a los que la necesitan, independientemente de su origen. Fue la segunda vez que los vi hacer este gesto solidario.
Estoy convencida que entre las personas que llegan a Europa los habrá que cometan delitos, creo que en la misma medida y proporción que los europeos, pero no podemos tachar a todos de delincuentes y achacarles culpas que no cometen, solo por ser inmigrantes.
