El Monasterio de Notre Dame de l’Atlas, que se encuentra en Marruecos, en Midelt, al pie del Alto Atlas, no estuvo siempre allí. Los monjes cistercienses llegaron a Midelt en el año 2000, provenientes de Fez. La ubicación anterior estaba en Argelia, en la aldea de Tibhirine. Se llamaba igual, Notre Dame de l’Atlas, pero se le reconocía más por el lugar de su emplazamiento. Y hoy todavía más. Se puede decir que el monasterio de Tibhirine es hoy mundialmente conocido por el testimonio de los monjes que dieron sus vidas en fidelidad a Dios y a las gentes de aquella tierra que amaban tanto. Hoy el lugar ha cambiado, ya no es Argelia, sino Marruecos. Ya no está en Tibhirine, sino en Midelt, pero sigue siendo Notre Dame de l’Atlas, en la misma cordillera, pero más al occidente. Los monjes ya no son los mismos, aquellos marcharon al claustro de la Casa del Padre y siete de ellos serán beatificados el 8 de diciembre. Todavía queda un monje, sobreviviente de Tibhirine, el Padre Jean-Pierre Schumacher, nexo vivo entre ambos lugares, y testimonio del perdón durante todos estos años. Es toda una gracia y un don poder compartir la vida con él.
Ya han pasado casi 23 años desde que fuesen secuestrados y después asesinados, siete monjes del monasterio cisterciense de Nuestra Señora del Atlas, en Tibhirine. Cuando los grupos extremistas de la guerrilla exigieron que todos los extranjeros salieran del país, ellos se negaron por fidelidad a la gente del lugar, que los apreciaba y los quería. Lo mismo harían la casi totalidad de las misioneras y misioneros extranjeros presentes en Argelia.
Todos los miembros de la comunidad habían decidido permanecer en Tibhirine conscientes del riesgo que ello conllevaba para sus vidas. En la película “De Dioses y Hombres” se muestra cómo vivían los monjes la amenaza de la violencia que finalmente acabó con sus vidas.
El prior trapense Christian de Chergé dejó plasmada su fe y amor a Cristo y a su Iglesia en una carta conocida como su “testamento espiritual”, fechada el 1 de enero de 1994. El escrito comienza expresando que
“si un día me aconteciera –y podría ser hoy– ser víctima del terrorismo que actualmente parece querer alcanzar a todos los extranjeros que viven en Argelia, quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país”.
En la carta, aparte de pedir oraciones por su persona, asociaba su muerte a la de tantos argelinos víctimas inocentes
“asociar esta muerte a muchas otras, igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato”.
No olvidó de defender a los buenos musulmanes distinguiéndolos de los falsos:
“Sé de cuánto desprecio han podido ser tachados los argelinos en su conjunto y conozco también qué caricaturas del islam promueve cierto islamismo”. “Es demasiado fácil poner en paz la conciencia identificando esta vía religiosa con los integrismos de sus extremismos”.
En su testamento el prior Christian de Chergé, aun previendo su martirio, dejaba constancia de su respeto a la fe islámica, de su amor al pueblo argelino y de su perdón “al amigo del último momento que no habrá sabido lo que hacía” augurándose poder reencontrarlo un día cerca de Dios, “padre de ambos”.
“Si Dios quiere podré, pues, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto a Él a sus hijos del Islam, así como Él los ve, iluminados todos por la gloria de Cristo, fruto de su Pasión, colmados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias”.
“Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo, sí, porque también por ti quiero decir este “gracias” y este a-Dios en cuyo rostro te contemplo”
La carta concluye pidiendo
“que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amén. Inch’Allah”.
Los monjes fueron secuestrados el 27 de marzo de 1996. El más joven de los monjes tenía 45 años y el más anciano 82. El mundo entero se conmocionó. Se hicieron oraciones en todas las comunidades y en todas las iglesias. El cardenal de París, Jean Marie Lustiger encendió en Notre Dame de Paris un gran candelabro con siete cirios con los nombres de los monjes, que deberían estar encendidos hasta su liberación. Esta ceremonia tuvo lugar en presencia de las familias de los monjes, miembros de la congregación cisterciense, representantes de confesiones judías, ortodoxas y musulmanas. Esta iniciativa respondió a la llamada «a la oración» que hizo el Presidente de la Federación Protestante de Francia, Jacques Stewart, del presidente del Consistorio israelita, Jean Kahn, de Monseñor Jérémie, de la Comisión episcopal ortodoxa y del muftí de la mezquita de París, Djelloul Bouzidi. Por otra parte había prevista una Vigilia de oración en la noche del 1º de Mayo, en las 30 abadías de Francia, y en los monasterios diseminados por todo el mundo.
Después de 58 días de esperanza y ansiedad, el 21 de mayo, el GIA (Grupo Islámico Armado) anunciada en un comunicado a una radio marroquí: «Hemos cortado la garganta de los siete monjes«. Todo el mundo se conmociona. En Francia, por primera vez desde la muerte del Papa Juan XXIII, todos los templos católicos (alrededor de 40 mil) hicieron repicar las campanas al mismo tiempo como signo de duelo. En la plaza de los Derechos Humanos en París se reunieron más de 10 mil personas, todos con una flor blanca en las manos. En Notre Dame de París, el cardenal Lustiger apaga los cirios que ardían como un signo de esperanza.
El papa Juan Pablo II exigió el “nunca más” para estos horribles delitos y al mismo tiempo señaló emocionado “el testimonio de amor de estos hermanos para ese pueblo con el que ellos se habían hecho solidarios”. Fue en nombre de ese pueblo argelino, dolorido y masivamente presente en los funerales de Tibhirine que se acercó un musulmán a dar el pésame a dom Bernardo Olivera, abad general, y en nombre de todos simplemente le dijo: “También eran nuestros hermanos”.
Pero lo más importante, es recoger el espíritu del testimonio de la comunidad de Atlas. En el testamento del padre Christian aparece bien manifiesto el empeño de hacer ver a todos que no hay que confundir el Islam, con las “caricaturas del Islam”. La comunidad de Notre Dame de l’Atlas, a pesar de los acontecimientos ocurridos, optó por seguir viviendo en medio de los musulmanes, siguiendo siendo fieles a lo que el padre Christian de Chergé, prior de la comunidad, solía decir a sus hermanos: “Somos orantes en medio de un pueblo de orantes”.
Con sus hermanos monjes, Christian de Chergé, se muestra como “orante entre otros orantes”, en medio de vecinos y de amigos musulmanes con lo que comparte el diario vivir. Y así podemos afirmar que Tibhirine, es un viaje espiritual que tiene su inicio y su meta más allá del Atlas. Nace de la Lectio, del corazón del Evangelio y de la tradición monástica y se proyecta y refleja en medio de un pueblo en medio de un pueblo.
«Esta casa de oración”, este templo del espíritu, que yo soy, está realmente llamado también a ser una casa de oración para todos los pueblos, según la promesa hecha por el profeta Isaías en el templo de Jerusalén. Es la oración la que me ayuda a poner a cada uno de mis hermanos en su lugar, más allá de la convivencia a menudo probadora (…). Esta unidad de todos los pueblos en el corazón de Cristo parece aún más evidente cuando te pones a la escucha de un pueblo en oración y descubres a través de él, que las palabras simples de la expresión espiritual ignoran las fronteras de las religiones, que son un lenguaje universal; oración de los gestos del cuerpo, la larga rumia de unas letanías, un dhikr o una oración de Jesús, un recuerdo de los más bellos nombres de Dios. »
Christian de Chergé, L’invincible espérance, Bayard Edition/Centurion, Paris, 1997, pp. 49-51
La primera vez que una comunidad sufí vecina pidió a los monjes reunirse con ellos – era en la Navidad de 1979 – su portavoz se cuidó bien de especificar que era para compartir la oración por lo que querían reunirse con los monjes. Dijeron «Dejemos que Dios haga entre nosotros algo nuevo. Esto sólo puede hacerse mediante la oración.” Después de esta experiencia es más fácil no estereotipar al musulmán en una idea preconcebida.
“Orantes, en medio de otros orantes”, es así como la pequeña comunidad cisterciense monástica se consideraba, estando inmersa en medio de un océano del Islam.
La comunidad de Tibhirine, en la meditación diaria del Evangelio, vive la ley de amor inscrita en el corazón de cada hombre. El p. Christian lo expresa muy bien en la homilía del Buen Samaritano. Entresaco un poco de ella:
«Los argelinos se han convertido en nuestro prójimo al que nos acercamos por vocación específica. Todos, cada uno libremente, cruzamos el mar, cambiamos de orilla. Y con ellos, hemos hecho más o menos camino.
Y después todo se ha derrumbado!
Nuestro próximo se ha vuelto un poco como el sacerdote y el levita para los que el samaritano era un pagano, un inmundo. En nombre de la religión, algunos no vieron en nosotros más que al extranjero, al impío del que hay que alejarse (…).
Ellos siguen siendo nuestro prójimo.
Simplemente, sabemos que nosotros no podemos imponerles a vernos como tal. Sobre todo, nuestro prójimo tomó de repente la cara de un pueblo, de todo un pueblo que no ha desmerecido y que vemos herido, magullado en su dignidad, en su identidad de hombre, de hermano, de creyente.
¿Es el momento de cambiar de orilla? ¿De pasar al otro lado?
Dudamos un momento. Muchos nos urgieron.
Dejemos que la parábola de hoy nos de la respuesta que hemos sentido brotar y que se queda en nosotros como fuente de paz.
Tenemos la experiencia de habernos convertido nosotros mismos en el PRÓJIMO de los que queríamos estar cerca. Porque muchos nos vieron amenazados (…), heridos en nuestra calidad de huéspedes, he aquí que muchos han cruzado el camino para relevarnos, protegernos, animarnos.”
(L’Autre que nous attendons, Homélies du P. Christian de Chergé 1970-1996, Coll. Les Cahiers de Tibhirine n°2, Aiguebelle, 2006, p. 468.)
En Argelia, en Tibhirine, Christian de Chergé escribió, en 1975, que hay que ser «orantes entre otros orantes». En el corazón del monasterio perdido en las montañas argelinas, cerca de una aldea musulmana, los monjes orantes se unían en pensamientos y en oración a las oraciones de sus vecinos. La campana del monasterio resonaba en eco a la llamada del muecín, y a la inversa, elevando al Altísimo la oración cotidiana, la ofrenda de cada día.
Es en la oración, vuelta hacia el Padre, que nosotros, sus hijos, sus criaturas, podemos orar los unos por los otros y trabajar así para vivir juntos. Tanto ayer, como hoy y mañana es una necesidad. Juntos seamos orantes entre otros orantes.
Los monjes de Notre Dame del Atlas de Tibhirine y de Midelt, se definieron y se definen a sí mismos como “orantes entre otros orantes.» Siete de ellos fueron asesinados en 1996. El testimonio que dejaron sigue siendo una invitación a vivir una espiritualidad donde el encuentro nunca es unidireccional.