“¿Es pesimista?
– Lo era. Hasta que leí a Karl Popper. Era judío austríaco y a su familia la gasearon. ¡Algún motivo más que yo tenía Karl Popper para ser pesimista! Pero escribió: ‘Es obligatorio ser optimista’. Obligatorio porque el pesimismo es una excusa para no cambiar las cosas. Es obligatorio creer que las cosas pueden cambiar y hay que colaborar. Karl Popper dice que no tenemos derecho a decir a nuestros hijos que han nacido en un mundo horrible cuando hay tanta gente que merece y podría ser ayudada. O sea, que hay mucho que hacer. Yo debería ser pesimista, estar de vuelta, soy mayor y debería decir eso de ‘no creo en nada’, que queda muy bien. Pero es obligatorio ser optimista”[1]
JUAN LUÍS ARSUAGA es bastante conocido entre el público en general y totalmente reconocido, valorado internacionalmente, como paleontólogo, por sus descubrimientos en Atapuerca (Burgos). Localidad que está catalogada como la cuna de los humanos más antiguos de Europa. Datos que, sin duda, muchos o todos sabéis.
Persona, trabajo y dedicación bien importantes. Pero no lo traigo aquí por eso -aunque también-. Sino por su afirmación sobre su optimismo. En pocas palabras, creo que nos da una real definición de optimismo. Sin subirse a las nubes ni al mundo ‘feliz’ de los que bienviven. Sino partiendo de que fue ‘pesimista’ y ha cambiado por el ejemplo de otro.
Su afirmación es muy realista, creo, y, por tanto, no podemos tacharla de ‘optimista’ en el sentido que muchas veces le damos de ‘andar por las nubes’. Optimista es, decimos, el que no es realista porque sueña en un mundo que ni existe ni llegará.
No es así el optimismo de Arsuaga, declarado, además, él mismo ateo o agnóstico. Su ’optimismo’ le viene contagiado por un pensador que, por razones muy serias (mataron con gas a su familia), debería ser pesimista (según Arsuaga), pero no lo es. Por el contrario, declara que: ‘Es obligatorio ser optimista’.
Y en párrafos sencillos acota bien en qué consiste ese optimismo ‘obligatorio’. Primero define el pesimismo: excusa para no cambiar las cosas. ¡Qué preciosa y exacta definición del pesimismo! El pesimista dice que nada se puede hacer. El optimista afirma que hay mucho que hacer. Y se puede. Se debe hacer. Hay que colaborar
La razón para que el optimismo sea obligatorio, no es que todo va bien. Justamente es obligatorio porque las cosas pueden cambiar y hay que colaborar. Lo dijo Karl Popper. Era judío austríaco y a su familia la gasearon. ¡Algún motivo más que yo tenía Karl Popper para ser pesimista! (Afirma Asuaga)
Y otra afirmación profunda de Karl Popper. Dice que no tenemos derecho a decir a nuestros hijos que han nacido en un mundo horrible cuando hay tanta gente que merece y podría ser ayudada.
Es sorprendente esta afirmación: no vivimos en un mundo horrible en el que habita el mal (aspecto negativo de la realidad) en el que nos justificamos para ser pesimistas. Vivimos en un mundo en el que hay tanta gente que merece y podría ser ayudada. El auténtico optimismo se apoya en que las cosas pueden cambiar y hay que colaborar.
El optimismo no se funda solamente en el bien que existe a nuestro alrededor. Si prestamos atención solo a este aspecto, nuestro optimismo es falso y nos invita a la inacción. El optimismo piensa en lo mucho que hay que hacer y que se puede hacer. Además de aceptar y valorar lo mucho bueno que también existe. Si no hubiera nada bueno, nuestro mundo, nuestra sociedad humana, hacía tiempo que habría desaparecido.
Porque el bien existe y porque podemos colaborar en su crecimiento y extensión tenemos la ‘obligación’ de ser optimistas desde y en la realidad en que vivimos y que entre todos construimos.
Si nuestros ojos solo se enfocan hacia el mal (que también existe), nuestra existencia personal será pesimista. Si solo se detienen en el bien existente, nuestro espíritu será falsamente optimista. El optimista, para serlo de verdad, debe reconocer y aceptar lo malo que nos rodea. Precisamente para ser un optimista verdadero es necesario reconocer el mal que está ahí, a la vuelta de la esquina o en línea recta, pero no se deja vencer ni aplastar por él.
Las fiestas de Pascua, que estamos celebrando, no olvidan la cruz. No sería Pascua. Sería angelismo puro e inútil. No hay resurrección sin cruz. Ni cruz sin la corona de Resurrección. Por eso el optimismo cristiano no es optimismo angelical, sino encarnado en la cruz y sostenido por la resurrección. Y lo llamamos esperanza, que es un optimismo fundado y enhiesto en medio del mundo.
Y que se funda en: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20). Porque “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos… hasta el confín de la tierra” (Hch 1,8).
[1] JUAN LUÍS ARSUAGA en Fátima Uribarri. JUAN LUÍS ARSUAGA. Premio XLSemanal a la ciencia y la innovación. XLSemanal. Nº 1856. 21-27 mayo 2023.