En un entorno hipercomunicativo, el entorno de la alimentación no se queda fuera de la guerra de impactos para transmitir al consumidor información por doquier sobre los productos que compramos. Pero claro, cuando hablamos de lo que comemos, el proceso de compra afecta directamente a nuestra salud. Esta es la razón que me ha motivado a redactar esta pequeña reflexión. Ayudarte a entender un nuevo etiquetado que seguro encontrarás en los productos de supermercado: NutriScore.
Nutri-Score es un modelo de “etiquetado frontal de alimentos” o FOPL (del inglés Front-Of-Pack-Labelling). En este caso utiliza la misma comunicación del semáforo que tanto comprende de un vistazo nuestro cerebro. Del 1 al 5, del verde al rojo, fácil de visualizar, fácil de entender. Pretende medir al mismo rasero todos los alimentos. Pero como ya nos decía nuestro padre cuando nos explicaba las matemáticas: «no mezcles churros con peras, que sino te saldrán habas».
Resulta extremadamente complicado utilizar un mismo semáforo con alimentos tan diferentes. Para poder entender mejor su funcionamiento os recomiendo los artículos de mi compañero Juan Revenga. Aquí Juan nos desgrana todo el funcionamiento de NutriScore. Y en este otro artículo que os recomiendo leer aquí, podréis ver el conflicto y las numerosas rectificaciones que esta difícil tarea han supuesto a los organismos oficiales que regulan la comunicación en alimentos.
«Nutri-score, se presenta, al igual que cualquier FOPL, como una herramienta de Salud Pública, y como siempre que estas iniciativas afectan a la industria alimentaria, esta suele ejercer su derecho para presionar en un sentido u otro al respecto de su implantación.» Juan Revenga.
Analizando su algoritmo podemos observar como pasa de verde a rojo, o viceversa en función de la suma o resta de puntuación. Suman puntos (algo negativo): la cantidad de calorías, azúcares, grasas saturadas y sal; y restan puntos (algo positivo para el marcador): el porcentaje de frutas o verduras empleado para obtener el producto y su aporte de fibra y proteínas, entre otras cosas.
Cabe aplicar el cuento del abuelo que siempre concluía con un «bueno, malo, quien sabe…». No nos dejemos guiar por un simple semáforo, el cual tiene dificultades para evaluar alimentos tan saludables como una simple lechuga fresca, la cual, ni si quiera lleva etiqueta. O lo adecuado de utilizar algo tan sano y natural como el aceite de oliva.