Opinión

Pedro Escartín

No tienen vino

15 de enero de 2022

 Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II Domingo del Tiempo Ordinario

Hoy hemos escuchado el evangelio de la boda de Caná (Jn 2, 1-11); allí, Jesús sorprendió a sus primeros discípulos, después de la encantadora escena de Juan el Bautista transfiriendo a Jesús a dos de sus discípulos. Aquellos discípulos aún no sabían a quién estaban siguiendo…

– Además de tomar café conmigo cada domingo, tampoco hiciste ascos a participar en aquella boda -he dicho después de saludarnos-.

– ¿Y por qué no iba a asistir? -me ha respondido-. Tú eres mi amigo y aquellos novios también eran amigos míos y de mi madre; fuimos invitados y llevé a mis primeros discípulos. Si ahora tomo café contigo, bien pude entonces acompañar a aquella buena gente en su boda.

– Tienes razón; a veces olvido que en todo eres igual a nosotros, menos en el pecado…

Jesús ha hecho caso omiso a mis últimas palabras y ha continuado:

– Y recuerda que, desde el profeta Oseas, la imagen matrimonial ha descrito las relaciones del Padre con su pueblo; conmigo estaban a punto de comenzar unas nuevas relaciones.

Mientras hablábamos, nos habíamos hecho con sendos cafés y comenzábamos a degustarlos.

– Menos mal que estaba allí tu madre y te hizo caer en la cuenta de que se iban a quedar sin vino; no quería que los novios pasaran por aquel bochorno, que pondría punto final a la euforia y jolgorio de su boda -he añadido de buena gana-. Pero reconocerás que tu respuesta fue bastante ruda: no la llamaste “madre”, sino “mujer”, como quien pone distancias, y tu explicación de la negativa no acortó la distancia; ¿sabía tu madre cuál era tu «hora»?

– Pues, porque no terminaba de entender la diferencia entre mi «hora», que depende sólo de la voluntad del Padre, y la vuestra, tuve que ponerme un poco serio. Claro que ella, como buena madre que es, entendió que mi «hora» ya estaba comenzando y recondujo la situación. Fue ella quien dijo a los criados que siguieran mis instrucciones; me conocía más de lo que daba a entender -ha dicho tomando un largo sorbo de café-.

– Y llenaron seis tinajas de unos cien litros cada una, ¡casi seiscientos litros! No hacía falta tanto para sacar del apuro a unos novios…

– Ya veo que sigues a ras de tierra -ha reaccionado inmediatamente-. Si mi «hora» empezaba a sonar, era preciso que el “signo” fuera lo más expresivo posible. La cantidad de vino era señal de la abundancia de felicidad del Reino que yo venía a anunciar; la calidad del vino, mejor que el primero, subrayó la esplendidez del banquete del Reino, que ya habían anunciado los profetas; la sorpresa del mayordomo preguntando al novio de dónde había sacado este vino, insinuó la índole divina del Reino que yo venía a inaugurar; y las palabras de mi madre: «no les queda vino», puso de manifiesto la situación del judaísmo y de la humanidad entera, si les faltaba el Reino de Dios…

– El evangelista termina diciendo que con la sorpresa de este “signo” creció la fe de tus discípulos -he añadido para redondear la conversación-.

– Sólo eran los comienzos; hasta que se cumpliese mi «hora» tendrían que sufrir el impacto de las contradicciones y del “signo” definitivo: mi muerte, injusta y cruel, y mi resurrección gloriosa. El camino iba a ser duro, pero así lo había dispuesto el Padre en su amor a vosotros.

– Bueno, no adelantemos acontecimientos y celebremos hoy la alegría de estas bodas. Jefe, ¿cuánto se debe?

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