Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

No perder la dignidad

27 de mayo de 2020

Los medios de comunicación social “nos hacen ver esas filas largas, largas, de personas que esperan una bolsa de alimentos a las puertas de Cruz Roja, de Cáritas, de Parroquias, de Asociaciones de vecinos, de ONG… Alimentos comprados con los fondos de esas instituciones o entregados gratuitamente por personas particulares, por diversos colectivos o cadenas de alimentación”.

Esto decía uno de los párrafos de mi artículo anterior. Y es lo que seguimos diciendo hoy, y aumentado. Porque las causas no han desaparecido y el tiempo, que pasa inexorablemente, ha aumentado las consecuencias.

La falta de trabajo prolongada agota los pocos recursos que se podían guardar. Los pequeños comercios cerrados, sin venta y con los pagos corrientes en vigor, han llevado a sus dueños a tener necesidad de ayuda para poder sobrevivir. Las familias que vivían al día, se han quedado sin ese día a día. Personas y familias, inmigrantes, sin apoyos familiares de ninguna clase. Las personas sin hogar que viven en la calle, los inmigrantes sin papeles, los que se han quedado sin vivienda y sin trabajo. Familias y personas a los que esta crisis está dejando sin recurso económico alguno para garantizar sus derechos básicos: vivienda, alimentación, salud… En Cáritas, por ejemplo, se han multiplicado por tres las personas a las que ayudan con alimentos y otros servicios de acogida y de ayuda. A otros organismos que colaboran con alimentos les ha sucedido lo mismo. La mayoría de los sometidos a un ERTE no han cobrado nada en estos dos meses de cuarentena. Personas sin trabajo, sin recursos, solos… más de un millón de familias con todos los miembros en paro. Personas, en definitiva, con su dignidad perdida o a punto de perderla.

En definitiva, muchas familias se han empobrecido como consecuencia de la pandemia. Por ejemplo, esos “6 millones de personas que en España se encuentran en situación de riesgo social, la denominada en el VIII Informe FOESSA “sociedad insegura”, que sabíamos que se mueven en el filo de la navaja y que, ante una eventual crisis, podrían caer en situaciones de pobreza y exclusión. Este proceso se ha disparado con esta crisis y no podemos dejar que se enquisten en las personas más vulnerables de nuestra sociedad”. Así nos lo señala la secretaria general de Cáritas Española, Natalia Peiró en una entrevista del pasado 23 de mayo en Religión Digital.

Esta realidad, mucho más grave que lo expuesto pobremente aquí, nos ha sorprendido en España siendo “una sociedad ‘desvinculada’, donde unos somos cada vez más ajenos a la situación del otro, a desentendernos del bien común, a poner el valor del individuo por encima de la comunidad. Yo creo que este aislamiento que nos ha impuesto el estado de alarma está despertando en cada uno de nosotros la conciencia de la importancia de las relaciones, de la necesidad que tenemos del otro a la hora de avanzar, de resistir, de construir un tejido social más acogedor y humano”. También es Natalia Peiró quien nos lo recuerda.

Es la doble reacción que se advierte a nuestro alrededor en esta situación. Por una parte, la del ‘sálvese quien pueda’. Los que solo piensan en sí mismos, en lo suyo y en los suyos. Los que ni siquiera observan las medidas que la autoridad sanitaria nos propone. Lo estamos viendo ya en esta segunda fase de desescalada en que nos encontramos: reuniones, distancia no observada, terrazas…

Y la segunda reacción, la buena, la correcta y necesaria. Esa que nos lleva a pensar y a actuar como custodios de los demás en lo que de nosotros depende y en lo que podemos colaborar. Esa postura que rechaza el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos. La que nos lleva a preguntarnos: ¿qué puedo hacer yo? ¿qué estoy haciendo? ¿qué he hecho? ¿qué voy a hacer ya?

Según la postura que estemos tomando ya, será como seguiremos viviendo después que todo esto pase. Porque esta pandemia se nos ofrece como una escuela para aprender otro modo de vivir más abierto a los demás, a la totalidad del mundo, a la naturaleza, a uno mismo como hermano de todos y cuyo modo de vida depende de mi modo de vivir. Aunque piense que mis acciones no afectan a los que están tan lejos de mí que ni siquiera sé que existen. Pero estamos conectados. ¿Lo dudamos después de esta experiencia, de esta lección que tan dolorosamente quiere llegar hasta nosotros? ¿Todo va a seguir igual en mi vida?

La Iglesia (todos los bautizados), los políticos, los gobiernos, todo tipo de organizaciones civiles privadas o públicas, necesitan el apoyo de nosotros, los ciudadanos a pie de calle, de nuestra conciencia y de nuestro compromiso. Los mismo que ellos deben escuchar total y atentamente a los que pisamos la calle tal como ella realmente está. Una mayor coordinación entre todos. Y si esa coordinación no se da, tú y yo debemos inaugurar en nuestra vida un nuevo modo de vivir. Eso depende solo de cada uno. Anhelamos todos un mundo y una comunidad humana nuevos. Esa ‘novedad’ depende de muchos factores, sin duda. Pero es cierto que una de ellas será lo que decidamos hacer cada uno en y con nuestra vida desde hoy.

Esta situación, si no aprendemos nada de ella, además de atentar contra la dignidad de los desfavorecidos, contra su vida digna, estará también rebajando o anulando nuestra propia dignidad personal. Y para los cristianos, además, un olvido de que somos hijos del Padre Bueno y hermanos de los demás. ¡Que nadie ni nada no robe nuestra dignidad de persona, de hijo de Dios y de hermano de los demás!

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