… la capacidad de pensar.
Del 31 de diciembre de 2018 o del 1 de enero de 2019, la noticia más importante, más comentada en la prensa (por lo dicho por otros, también en las teles), en conversaciones… ha sido el vestido de una presentadora de las campanadas de medianoche.
Y quienes no la vimos fuimos informados detalladamente al día siguiente. Fue la última noticia del año viejo y la primera del nuevo.
De ese día, de esa noche, parece que desaparecieron todas las noticias. No había guerras. Las pateras no existían. Nadie pasó frío, ni hambre. Sí, parece que hubo una violación de una joven en noche vieja-mañana nueva. ¿Nueva? Este ‘detalle’ de la violación tenía entonces menos importancia. ¿Exagero? No lo sabría decir.
No, no estoy contra la fiesta. Ni siquiera de la fiesta de fin de año. El masoquismo es muy mal consejero. Y la fiesta forma parte de nuestra vida. Es más que importante. Aunque más necesaria es la alegría, que no se puede comprar, sino que nace y crece dentro y se comunica gratuitamente.
Por eso, creo, opino, que hay mucha gente sencilla –y no tan sencilla- que tiene una alegría que le desborda. Como existen personas con mucha fiesta (los sencillos no tanta), pero que carecen de auténtico gozo, de verdadera alegría.
Es cuestión de pensarlo. Nada más. Nada menos.
En días siguientes, a pie de calle, se me ocurrió preguntar a algunas personas si conocían a la tal presentadora. De todo hubo, claro. Quienes sí y quiénes no. Tuve la suerte de que me encontré más con el no que con el sí. Sí, debió de ser cuestión de suerte. ¿O no? Ya sabemos lo que dan de sí ciertas encuestas.
Quiero creer, con fundamento, que realmente abunda más el desconocimiento de la tal señora y de su vestido. Lo que para mí sería una buena noticia. Así creo que es.
A pie de calle, la vida es más sencilla, más auténtica. A pie de calle está la verdadera vida de tanta y tanta buena gente. La mayoría. Que goza y sufre, que sueña esperanzada o supera valientemente las contrariedades de la vida. Que hace todo lo que puede por los suyos y por otros que no son los suyos.
A pie de calle, hay mucha gente que sigue pensando, reflexionando. Por lo menos, un poco. O un mucho. No se dejan ‘comer el coco’ (¿o ya no se emplea esta frase?). Para los que la tele no es la fábrica de la verdad. Ni siguen a ciegas a personas que nada dicen porque no tienen nada que decir.
A pie de calle, se encuentra uno con personas que leen, que se informan, que dialogan, que comparten ideas, inquietudes, proyectos, que colaboran con causas que merecen la pena y que aportan un poco más de luz a nuestro mundo.
A pie de calle, viven personas que no se dejan llevar por la corriente, cualquiera que sea. Varones y mujeres que no se dejan robar su personalidad, su dignidad humana, su sana independencia, su sentido y práctica de la solidaridad. Que no pierden la esperanza.
No nos dejemos robar la capacidad de pensar, de vivir libre y sanamente.
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