Opinión

Alejandro González-Varas Ibáñez

No llevéis nada para el camino

25 de septiembre de 2019

Parece una locura ¿verdad? Emprender un camino sin bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevemos túnica de repuesto, tal como proclama el Evangelio de hoy. Desde luego que no parece apto para nuestros días, pero ¿no seremos nosotros, en nuestro tiempo actual, los que nos hemos ahogado en preparativos, entre cachivaches, dispositivos de todo tipo, planificaciones y cálculos? Evidentemente hay que ser previsor, astutos y prudentes… sin embargo ¿no nos pasamos a veces? ¿No nos llenamos de mil cosas y no le dejamos a Dios un mínimo de espacio? A la hora de planificar ¿contamos con Él al menos tanto como con internet, el móvil, o con lo que ponemos en las maletas? A veces para algo tan simple como salir al encuentro de los demás no nos damos cuenta de que es posible que baste nuestra sola presencia y nuestra escucha, con independencia de que llevemos bastón o lo que haya en la alforja. Las cosillas de las que nos rodeamos y que llegamos a considerar indispensables no ofrecen necesariamente una mayor libertad –a veces incluso la condicionan o limitan indefectiblemente-. Son como los bastones en los que nos apoyamos no por necesidad, sino por temor o por búsqueda de una seguridad que aún nos falta… cuando lo mejor sería apoyarse más Dios y confiar en Él, darle más espacio y dejarle hacer las cosas a su modo (a veces imprevisible e incuso sorprendente, pero más emocionante y certero). Por otra parte, la sencillez seguramente sea más convincente que la tramoya que a veces llevamos encima.

Luego viene el capítulo de las reacciones ante lo que creemos que dicen o piensan los demás. Cuántas veces se empieza a dar vueltas en la cabeza a lo que dicho unos, las interpretaciones de los gestos de otros, lo que nos ha parecido ver cuando igual en realidad no había nada. Aquí otra buena receta: “si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa”. En fin, qué descanso en la despreocupación y la descomplicación, y en que se alejen los fantasmas que limitan nuestra visión y nos impiden ver al Señor más allá de todas las mamparas que le ponemos delante y con las que nos dejamos condicionar.

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