La palabra y la realidad ‘placer’ suele tener mala prensa en algunos (por no exagerar) cristianos. Lo identificamos, no sé si en primer lugar, con el ejercicio sexual. Oímos la palabra “placer” y enseguida la asociamos al sexo. El placer ha sido demasiado despreciado o condenado en casi todas las religiones, también en la religión cristiana. Se le ha presentado como el enemigo de todo: de la espiritualidad, de la moral, del evangelio… ¿De veras que es enemigo del evangelio?
Pero el placer es una realidad mucho más amplia. El Diccionario de la Real Academias Española (RAE) define ‘placer’ como “Agradar o dar gusto”. Nada negativo hay en esta definición. Hay muchos tipos de placeres, sin duda. Y lo más difícil del placer es administrarlo bien, gestionar su tiempo y su medida, jerarquizar… En el juego del placer o te pasas o no llegas. Por eso, puede suceder, y sucede, que elijamos ‘placeres’ no sanos.
Santo Tomás de Aquino afirmó: “Nadie puede vivir sin algún placer sensible y corporal”. Y añade: decir lo contrario “no es razonable”. El placer es muy importante en la vida. Tan importante que, si desapareciera totalmente, desaparecían también las ganas de vivir. Lo que Tomás de Aquino rechaza son los placeres inmoderados y contrarios a la razón. El gran error está en confundir el placer con la felicidad o en intentar convencer a la gente que el placer garantiza la felicidad. La experiencia dice que esto es un error.
“Placer sensible y corporal”, lo contrario “no es razonable”, es decir, no es humano. El verdadero placer es interior y exterior, espiritual y corporal. Nos llena en nuestra totalidad humana. El problema, por tanto, no es la dimensión corporal de la naturaleza, que viene de Dios y, por tanto, querido por Él. Y así, incluso el placer ‘más espiritual’ tiene manifestaciones corporales de alegría, paz, rostro sereno, cosquilleo interior… El placer implica la dimensión corporal. Lo penoso es el mal uso que hacemos del cuerpo o los sentimientos negativos sobre otra persona que nos producen agrado, nos gustan, los gozamos y disfrutamos.
En la naturaleza hay otras dimensiones además de las corporales, a saber: las intelectuales y espirituales. Tomás de Aquino afirma que el ser humano necesita el placer para aliviar sus múltiples e inevitables males y tris¬tezas. Supongo que el santo dirá algo más. El placer humano no tiene, me parece, la misión primera de aliviar tristezas y males (aunque ayude). El placer forma parte de la vida. Sin él, la vida no es completa. Rechazar siempre y `por todo y en todo el placer es no valorar la vida, regalo de Dios. Es frustrar el plan y el deseo de Dios que quiere que seamos felices.
Las personas combatimos la tristeza de muchas maneras: compartiendo con alguien que nos escuche, leyendo un libro, escu¬chando música, jugando o, equivocadamente, bebiendo alcohol. El cauce o camino para superar la tristeza no es la resignación ni el pesimismo, sino la búsqueda de las causas que provocan estas situaciones, en un clima de esperanza, comprensión y respeto, ofreciendo so¬luciones alternativas que, al ser más razonables, resultan también más vivifica¬doras.
No podemos olvidar que Jesús era amante de la fiesta. No hay una sola página en los cuatro evangelios en la que se pueda encontrar una condena del placer. Si no lo condenan los evangelios, ¿por qué lo habría de condenar la iglesia? Si no lo condena Jesús, ¿por qué lo habrían de condenar sus seguidores? Fue acusado de comilón y bebedor (cfr. Mt 11,19-20). Era sensible a la amistad y se rodeaba de buenas amigas y buenos amigos. De ahí que sólo desde una consideración positiva del placer podrá encontrar sentido la necesaria crítica a una búsqueda del placer a toda costa, que ya no contribuye a la felicidad, sino a su destrucción, y en esta búsqueda compulsiva está en peligro de caer el hombre moderno.
Pero a donde iba. La resurrección de Cristo ¿nos da placer a quienes decimos creer en ella? Si no engendra ‘placer’ en nosotros, la fe en la resurrección de Cristo, anticipo de la nuestra, deja muchas dudas y nos tendremos que preguntar muy, muy en serio: ¿Creo que Cristo ha resucitado y en Él y con Él hemos resucitado todos?
Creo que Cristo ha resucitado y en Él y con Él hemos resucitado todos. El mayor placer total, absoluto, omnicomprensivo, en medio de la realidad sombría del viernes santo (que no es el último momento de nuestra existencia) es la respuesta.
“No hay palabras sino abrazos. En la vida gana el que abraza más fuerte”. No sé quién es el autor de esta frase. Cristo Resucitado es el que abraza más fuerte. En la cruz y en la resurrección con las heridas de la muerte vencida definitivamente, nos ha dado el abrazo definitivo. El abrazo eterno de una vida sin fin. Amén. ¡Aleluya!