Opinión

Pedro Escartín

Mientras los bendecía, se separó de ellos

28 de mayo de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del VII Domingo de Pascua. Ascensión del Señor

Los últimos domingos nos han preparado para escuchar los dos relatos de éste, en el que celebramos la Ascensión de Jesús al cielo. Uno es del comienzo de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 1-11) y el otro del final del evangelio de Lucas (Lc 24, 46-53). En ambos, Jesús culmina su tarea en este mundo y provoca en los suyos «una gran alegría», como signo de su permanente presencia entre ellos. Es tan hermoso que no parece real…

–  Eso es lo que dicen los que sólo consideran verdadero lo que cabe dentro de los estrechos límites de vuestra realidad terrena – he oído decir a Jesús a mis espaldas- .

–  Otra vez conoces mis pensamientos… – le he dicho sobresaltado- .

–  … y antes de que la palabra llegue a tu lengua, como dice el salmo 138 – ha completado mientras recogíamos los cafés en la barra- . El salmista reconoce que es el Padre quien ha creado vuestras entrañas y os ha tejido en el seno materno, cosa que olvidáis con frecuencia, como si os hubierais dado la vida a vosotros mismos. Pero no era de esto de lo que querías que hablásemos, ¿verdad?…

–  Pues no. Ahora te lo cuento; no dejes que tu café se enfríe – le he dicho después de tomar un sorbo- . Hoy quería que hablásemos de tu “ascensión”. Cuando éramos niños, y de esto ya hace bastante tiempo, recitábamos estos versos: “Tres jueves hay en el año / que relumbran más que el sol: / Jueves Santo, Corpus Christi / y el día de la Ascensión”. Ahora, ni el Corpus ni la Ascensión caen en jueves, y los niños ya no saben esta estrofa…

–  Y, por lo que veo, eso te entristece – se ha adelantado a decir antes de que yo continuara- . No es que desee que se arrinconen las tradiciones culturales, pero lo que importa es mantener viva la Tradición con mayúscula, es decir, el acontecimiento irrepetible de mi presencia entre vosotros para que tengáis vida. Que lo celebréis en jueves o en domingo es secundario.

–  ¡Ya! – he dado la caída, aunque se notaba mi poca convicción- . Por cierto: hablando de lo que llamas “acontecimiento irrepetible”, me gustaría saber qué impacto emocional produjo en tus discípulos el verte subir hasta que una nube te quitó de su vista.

–  Ya ha hecho acto de presencia vuestro realismo de tocar, palpar y comprobar – ha dicho con tono conciliador después de apurar su café- . ¿Cuándo entenderéis que mi resurrección y mi ascensión al Padre son hechos que requieren ver más allá de las dimensiones de vuestra vida terrena? Yo resucité a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naím y a mi amigo Lázaro, pero sólo les alargué su vida. Los tres volvieron a morir; aquella resurrección fue el signo precursor de que existe una vida más honda y deseable. En cambio, mi resurrección y ascensión comportó mi entrada definitiva, como verdadero ser humano que soy, en el ámbito de Dios. Por eso, como dice acertadamente la liturgia pascual, «inmolado, ya no vuelvo a morir; sacrificado, vivo para siempre». Mi cuerpo resucitado y subido al cielo ya no está sujeto a los límites del tiempo y del espacio. San Pablo lo explicó a los cristianos de Corinto, que eran reacios a aceptar la resurrección, diciéndoles: «Lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad. Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual» (1 Cor 15, 35-44).

–  O sea, que celebramos el misterio de tu glorificación definitiva y no el aparatoso fenómeno de ver subir tu cuerpo como si fuera un cohete – he concluido- .

–  Pues sí. No hay modo mejor de expresarlo que diciendo que Dios me ha sentado a su derecha – ha añadido mientras nos acercábamos a pagar y desear feliz semana al camarero- .

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