Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Me da igual

23 de noviembre de 2022

                Cuando leemos, nos encontramos frecuentemente con textos que nos sorprenden, que nos alegran, que nos hacen pensar, que dicen ‘divinamente’ lo que intuías y no sabías cómo expresar. Ventajas de la lectura. Una de las muchas que te regala y de las que te privas cuando lees o lees poco. Por eso, ya decían los romanos: “Timeo hominem unius libri” (Me espanta el ser humano de un solo libro, el que solo lee un libro, el que solo se apoya en un libro…). Será una persona encerrada en su propia jaula y de la que no quiere salir y se priva de la belleza que existe fuera de ‘mi’ jaula, aunque sea de oro.

Gracias a Dios, me pasa con frecuencia encontrarme con textos que me sorprenden. Como estos de hoy. Una de las lagunas de nuestro tiempo, pensamos no pocos, es la indiferencia ante lo que sucede, ante los que sufren, ante lo que no está bien hecho por parte de quien tiene cualquier tipo de autoridad en este mundo. Sin olvidar que también son muchos los signos y momentos de solidaridad en el mundo y a nuestro alrededor. Pero sigue vigente el ‘ande yo caliente y ríase la gente.

 Leyendo, leyendo, me he encontrado en estos días con esta perla de Elie Wiesel[1] de 1999:

“Nos encontramos (1999) en el umbral de un nuevo siglo, de un nuevo milenio. ¿Cuál será el legado de este siglo que ahora se agota? ¿Cómo será recordado en el nuevo milenio? Indudablemente, será juzgado, y juzgado severamente, en términos morales y metafísicos. Estos fracasos pueden proyectar una oscu­ra sombra sobre la humanidad: dos guerras mundiales, incontables guerras civiles y una cadena interminable de asesinatos”. (…)

Demasiada violencia; demasiada indiferencia. ¿Qué es la indiferencia? Etimológicamente, la palabra significa «falta de diferencia». Un estado extraño y poco natural en el cual no se distingue entre la luz y la oscuridad, el amanecer y el atardecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal. […} ¿Es necesario, en ocasiones, practicarla para mantener la cordura, vivir con normalidad, disfrutar de una buena comida y una copa de vino, mientras el mundo que nos rodea sufre unas experiencias desgarradoras?

Evidentemente, la indiferencia puede resultar tentadora. En ocasiones, incluso seductora. Resulta mucho más fácil apartar la mirada de las víc­timas. Es mucho más fácil evitar estas abruptas interrupciones a nuestro trabajo, nuestros sueños y nuestras esperanzas. A fin de cuentas, es extra­ño y pesado implicarse en el dolor y la desesperación de los demás. Para una persona indiferente, sus vecinos carecen de importancia. Por tanto, sus vidas carecen de sentido para él. Su dolor oculto o incluso visible no le interesa. La indiferencia reduce al otro a una abstracción. (…)

La indiferencia no suscita ninguna respuesta. La indiferencia no es una respuesta. La indiferencia no es un comienzo; es un final. Por tanto, la indiferencia es siempre amiga del enemigo, puesto que beneficia al agresor, nunca a su víctima, cuyo dolor se intensifica cuando la persona se siente olvidada. El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar… No responder a su dolor ni aliviar su soledad ofreciéndoles una chispa de esperanza es exiliarlos de la memoria huma­na. Y al negar su humanidad, traicionamos la nuestra.

Pero también existían seres humanos sensibles a nuestra tragedia. Esas per­sonas no judías, esos cristianos, los que nosotros llamamos «los gentiles jus­tos» y esos actos desinteresados de heroísmo salvaron el honor de su fe. ¿Por qué fueron tan pocos?

Aun así, amigos míos, también han ocurrido hechos positivos en este trau­mático siglo(…)

¿Significa esto que hemos aprendido del pasado? ¿Significa que la socie­dad ha cambiado? ¿Acaso el ser humano se ha vuelto menos indiferente y más humano? ¿Realmente hemos aprendido de nuestras experiencias? ¿Somos menos insensibles al dolor de las víctimas de la limpieza étnica y de otras formas de injusticia en lugares cercanos y lejanos?

¿Qué hay de los niños? … Inevitablemente, su destino siempre es el más trágico. Cuando los adultos libran una guerra, los niños perecen. Vemos sus rostros, sus ojos. ¿Escuchamos sus súplicas? ¿Senti­mos su dolor, su agonía? Por cada minuto que pasa muere un niño debi­do a la enfermedad, la violencia o el hambre.

Juntos caminamos hacia el nuevo milenio, impulsados por un profundo temor y una extraordinaria esperanza”.

                Termino con este otro texto suyo:

“Si hay una palabra que describe todos los problemas y amenazas que existen hoy día es la indiferencia,

Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.

Lo contrario del arte no es la fealdad, es la indiferencia.

Lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia.

Y lo contrario de la vida no es la muerte, es la indiferencia.

A causa de la indiferencia se muere antes de que realmente llegue la muerte”.

                Gracias, Elie. Descansa en la paz de YHWH. No fuiste indiferente: ELIE WIESEL

                Y, como si te hubiera copiado, Francisco nos dijo el pasado 20 de noviembre, en la homilía de Cristo Rey: “La indiferencia es peor que hacer el mal…  Hablamos todos los días de lo que no va en el mundo, incluso en la Iglesia, tantas cosas no van en la Iglesia. Pero luego, ¿hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado al madero o estamos con las manos en los bolsillos mirando?


[1] Elie Wiesel, escritor estadounidense, de origen rumano, sobreviviente de los campos de concentración. Ha dedicado toda su vida a escribir y a hablar sobre los horrores del Holocausto, con la firme intención de evitar que se repita en el mundo una barbarie similar. Por eso arremete contra la indiferencia. Fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1986. El texto que hoy recuerdo: Los peligros de la indiferencia es del 12 abril 1999 en el Séptimo Encuentro del Milenio en la Casa Blanca, Washington

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