Flash sobre el Evangelio del Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
Hoy, el cura nos ha preparado antes de leer el evangelio (Jn 6, 24-35), diciendo que tuviésemos en cuenta la primera lectura, en la que los israelitas protestaron contra Moisés, que les estaba conduciendo hacia una tierra fértil, porque la marcha era dura y tenían hambre. El pobre Moisés contó al Señor sus cuitas (tenía miedo de que lo apedreasen por haberlos sacado de Egipto) y Dios empezó a alimentarlos con el maná. Y, a continuación, nos ha recordado que el encuentro de Jesús con la gente en Cafarnaún, que se narra en este evangelio, tuvo lugar después de una magnífica y milagrosa multiplicación de panes y peces con la que Jesús sació el hambre de la multitud que lo seguía. Mientras estos precedentes me daban vueltas por la cabeza, he coincidido con Jesús en la puerta de la cafetería y enseguida le he dicho:
– Tengo la impresión de que tu encuentro con la gente en Cafarnaún, después de la multiplicación de los panes, fue un poco frío. Eso no era normal en ti. (El camarero nos ha visto y ha hecho señas para que nos acomodásemos).
– Pues no, pero no tenía más remedio que hacerles caer en la cuenta de que, como dice vuestro refranero, estaban “cogiendo el rábano por las hojas…”
– ¿Por qué dices eso?-he replicado sin darle tiempo a explicarse-.
– ¿Tú tampoco lo entiendes? ¿Qué hizo la gente cuando multipliqué los panes y los peces?
– Se entusiasmaron y empezaron a decir que tú eras el profeta que tenía que venir…
– Sigue -me ha dicho mientras tomaba unos pequeños sorbos de café-. Y pretendían hacerme rey a la fuerza. No buscaban al profeta que el Padre le enviaba, sino al caudillo que les liberase del imperialismo romano. Por eso huí al monte solo.
– Y fue por eso que, al encontrarte con ellos en Cafarnaún, les echaste un “chorreo” que los dejó fríos. Así no podías hacer demasiados amigos.
– Tampoco exageres -ha dicho indicándome que se me enfriaba el café-. Sólo les dije la verdad, esa verdad que nos hace libres; los amigos no se ganan haciendo la vista gorda.
– Tienes razón; pero, hubieras podido ser un poco más diplomático.
– ¿Y dejarles contentos y engañados? -ha vuelto a replicar-. Tenía que decirles por qué me buscaban: porque habían saciado el hambre, pero no habían captado lo que el Padre les quería dar. Tanto el maná como aquella comida abundante eran “signos”, que significaban algo más grande. Ellos preferían quedarse con los signos y pasar de lo que significaban.
– ¿Y qué significaban?
– Pues, que tenían ante sus ojos el verdadero pan del cielo, que el Padre quería darles, no para llenarles el estómago ni para que tuvieran un líder político, sino para que consiguieran la fuerza interior que se necesita para superar esa maldad que destruye a mis hermanos. Por eso, les dije con toda claridad: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”.
– ¡Pero ellos buscaban milagros en lugar de signos!
– Exacto, porque los signos obligan a implicarse en la solución de los problemas. La cosa no terminó ahí. Los próximos domingos escucharás lo que pasó a continuación -terminó diciendo despidiéndonos hasta el próximo domingo-.