Opinión

Joseba Bonaut

Love -less-

15 de diciembre de 2017

Si existe un filósofo que ha dedicado muchas palabras al amor y, en extensión, al enamoramiento, ese sería Julián Marías. Con mucha naturalidad definía el amor como “una situación personal que altera la realidad de la persona, […] la convierte en algo distinto y, por consiguiente, es un fenómeno más profundo que lo puramente sentimental”.

Por otro lado, hablaba del enamoramiento como “una situación que no consiste en que una persona se proyecte amorosamente hacia otra, sino que esta segunda persona se convierte en proyecto. […] El enamoramiento es único, […] especial porque requiere condiciones particulares en las dos personas”.

Todas estas reflexiones me vienen a la cabeza ante el visionado de la película rusa, “Loveless” (Nelyubov), dirigida con maestría por Andrei Zvyagintsev. El filme, que nos presenta a una pareja destruida en busca de su propio destino, reflexiona sobre las ideas anteriormente citadas bajo dos preguntas: ¿qué ocurriría si viviésemos sin amor? ¿Cómo afrontar un proyecto entre dos personas sin rumbo?

“Loveless” es una película que habla de la ausencia (de amor, de afecto, de sentimiento), pero también de las carencias personales en nuestro mundo actual. Aunque situada en Rusia (algo que le perjudica, al condicionar a la opinión pública hacia una visión política de la historia), su conflicto es extrapolable a cualquier país occidental. Los personajes principales son incapaces de mirar a su alrededor y se han desprovisto de cualquier capacidad afectiva. Solo están pendientes de lo que dicen los demás de ellos, de la imagen que proyectan (habitualmente a través de las redes sociales), y están marcados por un tremendo rencor hacia sus familias. La solución planteada, el individualismo más material (puede ser el dinero, la fama o el sexo), nunca les proporciona paz. Son incapaces de quererse a sí mismos y, por lo tanto, no pueden generar ningún proyecto (no pueden amar, como diría Fromm).

Sin embargo, el núcleo central de la película plantea un reto mayor para la pareja protagonista. ¿Esa incapacidad afectiva puede liberarse con la pérdida de un hijo? Los protagonistas, en esa tesitura, son incapaces de mostrar un solo gesto de afecto. La persona desaparece para dar paso al monstruo.

Pocas películas muestran de manera más cruda la desafección, y la crisis social y familiar de nuestro tiempo. Un niño de 12 años llorando frente a la pantalla como muestra del fracaso afectivo actual. Y uno no puede más que sentir miedo, porque nunca hemos visto tanta verdad en un paraje tan desasosegante.

Y todo supuestamente indoloro, frío, mecánico…

Recordemos a Ortega: “¿Cuándo verán en el apasionamiento algo magnífico y bueno? […] Todos los hombres se juzgan capaces de pasión; ignoran que las pasiones son dolores inmensos, purificantes…”

Un buen espejo para reaccionar.

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