Opinión

Carmen Herrando

Los mártires de Argelia

11 de enero de 2019

El pasado 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, eran beatificados en Orán 19 mártires que murieron en los conflictos políticos –en muchos lugares se habla de guerra civil- que vivió Argelia a lo largo de los años noventa del siglo pasado. Entre ellos, Monseñor Pierre Claverie, obispo de Orán, asesinado el 1 de agosto de 1996, y los siete monjes trapenses del monasterio de Notre-Dame de l’Atlas, en Tibhirine, al norte de Argelia, que fueron secuestrados en la noche del 26 al 27 de marzo de 1996, y cuyas cabezas fueron halladas a finales de mayo cerca de la ciudad de Medea.

Quizás sean estos los más conocidos, gracias a la magnífica película de Xavier Beauvois De dioses y hombres, en la que se narra la vida que llevaban los monjes en aquel paraje del Atlas, ayudando en lo que podían a sus vecinos y a las gentes de los alrededores, así como el secuestro de siete de ellos en aquella noche de Pascua. Muchos de estos asesinatos, entre los que se cuentan los de dos religiosas agustinas misioneras españolas, fueron reivindicados por el GIA (Grupo Islamista Armado), mas, al menos en el caso de los monjes, no se ha llegado a saber con claridad quiénes cometieron los crímenes, pues la confusión llegó a ser muy grande en aquel periodo de guerra civil que vivió Argelia en los años noventa.

Sin embargo, todas estas personas que optaron por ser cristianos en Argelia, es decir, en el corazón del mundo musulmán, sabían a qué se exponían cuando empezó la lucha entre dos facciones del pueblo argelino. A todos se les invitó a regresar a sus países de origen, pues estaban realmente amenazados por grupos extremistas; y, sin embargo, todos optaron por quedarse.

Los lazos de amistad con personas del para todos ellos muy querido pueblo argelino, y su “necesidad” de predicar el Evangelio con la vida, les instarían a quedarse, aunque sólo pudiesen ser testigos; algunos, por ser éste el carisma de su congregación religiosa, como es el caso de las Hermanitas de Charles de Foucauld o el de los Padres Blancos o Misioneros de África; pero también llegaría a ser el caso de casi todos ellos porque se atenían a lo que supone ser cristiano en una tierra donde el cristianismo se tolera, pero poco más.

La ceremonia de beatificación fue muy bien acogida en la diócesis de Orán y, en general, en toda Argelia, como han mostrado los periódicos y los medios de comunicación. Ya que no podemos olvidar que existía un riesgo real de incomprensión, por tratarse de un país de religión musulmana en su gran mayoría, pero sobre todo porque la violencia de los años noventa afectó también –y muchísimo- al mismo pueblo argelino, entre quienes los muertos fueron al menos doscientos mil, víctimas todos ellos del ejército o de grupos islamistas radicales.

Muchos de los numerosos periodistas presentes en la ceremonia asistían por vez primera a una Misa católica. Y las palabras que más se destacaron en los principales medios de comunicación de Argelia en los días que siguieron a las Beatificaciones fueron: “fraternidad” o “comunión”. Por ejemplo, el periódico El Watan daba cuenta del homenaje que se rindió en la Gran Mezquita de Oran a los nuevos Beatos católicos, recordando a la vez a los 114 imanes que manifestaron entonces abiertamente su oposición al terrorismo.

En este contexto, Akram el Kebir escribía palabras edificantes sobre la: “bella comunión interreligiosa entre cristianos y musulmanes, bien alejada de las imágenes de odio y de intolerancia con las que nos indigestan, de la mañana a la noche, la televisión y las redes sociales”.

En el mismo tono comunicaba la página web Carrefour d’Algérie: “La ceremonia de homenaje a título póstumo celebrada en Orán hacia las 19 personalidades de la Iglesia Católica asesinadas durante la negra tragedia ha dado lugar a una verdadera comunión entre cristianos y musulmanes de Argelia. ¡Quién lo hubiera creído!”.

Quien esto escribe tuvo la dicha de conocer a la Petite Soeur Odette Prévost, Hermanita del Sagrado Corazón, de Charles de Foucauld, y de ver cómo era su vida en Kouba, un barrio muy pobre de Argel, a comienzos de la década de los noventa, al servicio de sus vecinos, tejiendo con ellos lazos de amistad bien sólidos.

La hermana Chantal Galicher, del Sagrado Corazón, solo resultó herida en el ataque que costó la vida de Odette Prévost, y su hermano Jean-Pierre Schumacher, el último «sobreviviente» de Tibhirine

Ella también se planteó, tras ser advertida por el Obispo de Argel del peligro que corría, la disyuntiva entre quedarse allí o regresar a Francia. Odette y sus dos compañeras decidieron quedarse, no por buscar el peligro o el martirio, sino, sencillamente, por fidelidad a aquellas gentes y para acompañar a tantas personas de un pueblo tan querido para ellas, que pasaba por momentos de desasosiego y desconcierto.

Odette Prévost murió en Argel el 10 de noviembre de 1995 cuando se dirigía a la Eucaristía por la mañana, con su compañera, que también recibió un balazo, pero sobrevivió. Era consciente del peligro al que estaba expuesta, y en varias ocasiones expresó que “aquel era un momento privilegiado para vivir con más verdad la fidelidad a Jesucristo y al Evangelio”. Su misión era la de “compartir la vida, larga aventura, con el pueblo argelino, llamada a vivir la esperanza en lo cotidiano: caminar juntos, rezar, dialogar, reflexionar, sufrir, amar …”.

Lo escribía en su diario, y así se destaca en el sencillo homenaje que le han rendido estos días sus hermanas de congregación. Como consta en la página web de los mártires, “a Odette no le arrebataron la vida porque ya la había entregado profunda y conscientemente”. Esto mismo se puede decir de todas estas personas beatificadas en la fiesta de la Virgen, cuyas vidas son un ejemplo luminoso de fidelidad a Jesús y a su Evangelio.

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