Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) escribió: «Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia”. Frase que el Papa Francisco citó en su encuentro con la vida consagrada en Macedonia del Norte el pasado 7 de mayo. Y añadió el Papa: “La historia la escriben esas personas que no tienen miedo a gastar su vida por amor”.
Es la paradoja de la vida. La historia auténtica de la humanidad la escriben, la llenan de sentido, la hacen progresar positivamente aquellos de los que no hablan los libros de historia. Son la gente buena corriente, la gente buena que hace el bien sin pregonarlo. Incluso, a veces, sin darse cuenta, porque hacer el bien les brota de dentro, como agua de manantial.
Sí pasan a la historia -y es bueno que así sea- aquellas personas que han iniciado, inventado o fortalecido algo que ha mejorado la vida de las personas, la relación humana, la calidad de vida, el respeto a la naturaleza, el retroceso de la pobreza, etc… Estas personas, su obra, su vida fortalecen la capacidad de hacer el bien de todos o mejoran la vida de los más empobrecidos.
De los que han pasado a la historia por sus graves atentados contra la humanidad, es mejor pasar página, después de haberla leído, para ir en mejor dirección.
Los que vivimos ‘a pie de calle’ y que nunca saldremos en los libros de historia, somos los que, con hechos sencillos, ordinarios, diarios de amor, acogida, sonrisa, solidaridad, ayuda… hacemos posible que la historia avance positivamente sin hacer ruido. Sin esta salud humana ‘a pie de calle’, la historia ya habría dejado de escribirse, porque el mal habría vencido.
Los hechos sencillos, de los que apenas se tienen noticias o no los reconocemos, son los que salvan al mundo y hacen que el tren de la vida en que viajamos no descarrile.
Y nuestra propia vida personal se ha enriquecido con el buen hacer de muchas personas, incluso aunque no lo hayamos advertido. Y así, “cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que sólo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado”. (Santa Edith Stein). Sí, hay personas que influyeron positivamente en nosotros, incluso sin darnos cuenta. Y aquellas que sí sabemos que mejoraron nuestra existencia, tampoco pasarán a la historia. Pero la mejoraron al mejorarme a mí, a ti…
Estos hechos positivos, sencillos, sin historia que nos rodean, fortalecen nuestra esperanza. ¿Dónde estaríamos sin ellos? ¿Cómo seríamos? ¿Qué peor iría la historia del mundo?
Su existencia nos invita a escucharlos, verlos, palparlos, descubrirlos a nuestro alrededor. Tener una mirada abierta, y a la vez profunda, a la vida que nos rodea, a las personas cercanas, a todo lo bueno que crece en torno nuestro. Estar atentos.
Y seremos agradecidos. Con todo y con todos. Porque el bien existe y lo experimentamos. Los buenos caminan a nuestro lado, están ahí. Nos hacen mejores a todos. Hacen posible la vida digna.
No nos privemos de hacer el bien. Nunca. Aunque no lo veamos. No saldremos en los libros de historia, pero la habremos mejorado. Nadie hablará de nosotros, pero habremos elevado un poco el nivel positivo del mundo, de la historia. El trocito insignificante, pero necesario, que nos ha tocado por el don de existir. Tenemos por delante todo lo que nos quede por vivir para seguir aportando lo que sí transforma la historia humana. No saldremos en los libros de historia, pero habremos dejado una buena huella,
Transparentaremos “el rostro hogareño del Dios con nosotros que no deja de sorprendernos entre las ollas” (Francisco, mismo discurso). Y es que el Padre está con todos los que hacen el bien invitándonos a ser creadores de bien ‘entre las ollas’, ‘a pie de calle’. Ahí está la salvación del mundo. La de todos, incluida la naturaleza y la de nuestros enemigos, que dejarán de serlo.