Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

¡Levanta la cabeza! ¡Ponte en pie! ¡Despierta!

1 de diciembre de 2021

[“Paren el mundo, que yo me bajo” (Groucho Marx). Pero voy a hacer lo posible por no bajarme y hacer un poco de caso a la gran Mafalda: «¡Resulta que, si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!».  No me bajo porque, a pesar de todo, sigo creyendo en el ser humano y la indiferencia es la peor respuesta a la realidad que, sí, poco a poco se puede ir cambiando… sin dejarnos cambiar por el mundo. Y aportando nuestra insignificante y pequeña gotita de testimonio.]

Así me expresaba la semana pasada (24 de noviembre). Ante los muchos hechos negativos y decepcionantes de los colectivos humanos que formamos o que nos rodean, puede atraparnos la tentación de la indiferencia, de la resignación o de salir corriendo a la juerga alienante.

Estamos tan acostumbrados a este tipo de noticias negativas que casi no nos afectan o procuramos que no nos afecten. Y hay muchos motivos para que nos afecten: contribuir a vencer lo negativo con nuestra pequeña aportación positiva y porque todo lo que tiene que ver con el prójimo necesitado debería despertar nuestros deseos de ayudar y colaborar. Llegamos a donde podemos, pero hasta donde podamos llegar hay que llegar. Tener los ojos bien abiertos, de modo propositivo, ante la realidad es una actitud imprescindible para que nos afecte su lado negativo y tomar ante ella decisiones constructivas.

Gracias a la vida, ¡a la Vida!, y al ser humano, descubrimos y gozamos, en la otra cara de la realidad, de muchas, muchas acciones realmente positivas y buenas. Simplemente con pensar un momento en la semana pasada, encontraremos más de una persona, más de un hecho que nos ha alegrado un poco, o más, la vida.

Como estamos ‘a pie de calle’, propongo un hecho realmente sencillo (tan sencillo que provoca algunas preguntas: ¿ridículo para alguno? ¿irrelevante para otros? ¿una insignificante tontada? ¿hecho inútil o de los fáciles?). En la bandeja del DOMUND (junto a las abundantes monedas de 1, 2 y 5 céntimos. ¿Todo lo que tienen para vivir? Cfr. Mc 12, 44)) apareció un sobre con 500 euros que se convertirán en ayuda solidaria, junto con otros muchos, en algún lugar del mundo y en personas y necesidades concretas. O este otro: la Iglesia y ciudadanos polacos que están ayudando y acogiendo a los emigrantes engañados y congelados en su frontera con Bielorrusia.

Para que se consolide y aumente este lado positivo de la realidad, cada uno de nosotros estamos convocados a escuchar y aceptar: ¡LEVANTA LA CABEZA! ¡PONTE EN PIE! ¡DESPIERTA! ¡El mundo que necesita cambiar te espera! Es el grito, color esperanza, color adviento, que surge de la realidad.

Acoger este grito y un modo de vivir solidario, creativo y esperanzado, necesita una fuente, un manantial del que brotar: el corazón, la sensibilidad de cada persona ante la común fraternidad. Corazón y sensibilidad de cada uno unidos a los de muchos para ir formando una multitud de corazones y sensibilidades abiertos al bien común, comenzando por los débiles y por las víctimas inocentes de la injusticia y de la inequidad humanas. Tales corazones y sensibilidades ya existen. Son algo real. No necesitamos inventarlo, sino unirnos a ellos.

Pero, ¿cómo levantar la cabeza, cómo ponernos en pie, cómo despertar y no dejarnos absorber por las dificultades o no abandonarnos a la indiferencia?

Los cristianos creemos que el Espíritu de Dios mueve y fortalece a todos los seres humanos.  No como muñecos de guiñol, sino contando con nuestra libre decisión de levantar la cabeza, ponernos en pie y despertar. Esa es la actitud que necesitamos: estar atentos, la vigilancia. No permitir que nuestro corazón y sensibilidad fraterna se vuelvan perezosos, egoístas, mediocres. No convertirnos en un «cristiano adormecido«, en una persona adormecida o dormida del todo.“Y esto nos lleva a seguir con las cosas por inercia, a caer en la apatía, indiferentes a todo menos a lo que nos resulta cómodo. Y esta es una vida triste, andar así… no hay felicidad allí”.[1]

La felicidad. La olvidamos o la buscamos donde no se encuentra. Este es el gran signo de que estamos en el buen camino: la felicidad. Sentirnos a gusto con nosotros mismos, con nuestro modo de vivir, aunque el mal y las dificultades no desaparezcan. No estamos convocados a una vida triste y dura, sino al gozo profundo de vivir con sentido fraterno en este mundo. No estamos convocados a sufrir. Hacer el bien no es insoportable. No es una carga. Es un don y una decisión.

Este modo de vivir nos libera de una carga molesta y que amarga la vida: el lamento. ‘Esto no tiene remedio’, me lamento y me amargo. Porque no he hecho nada por sanar un poco este mundo, me lamento y me amargo. Echo la culpa a todos, menos a mí. Y me amargo. Y pierdo la oportunidad de experimentar el gozo de vivir. No estamos llamados a formar un grupo de perezosos o indiferentes incapaces de hacer nada, pero quejándonos de todo.

Levantar la cabeza, ponerse en pie, despertar… para elegir entre la indiferencia sin ilusión, el lamento, la tristeza, la resignación o… la felicidad posible y fecunda.


[1] FRANCISCO. Ángelus 28 noviembre 21.

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