Opinión

Pedro Escartín

Les prohibió decírselo a nadie. Un café con Jesús

12 de septiembre de 2021

Flash sobre el Evangelio del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (12/09/2021)

Se dice que lo prometido es deuda. El pasado domingo, Jesús concluyó la tertulia diciéndome que otro día me explicaría su “manía” de imponer silencio a los discípulos, siempre en los momentos más gloriosos. Mientras escuchaba el evangelio de este domingo (Mc 8, 27-35), he caído en la cuenta de que había llegado el momento de que me pagase la deuda. Así que, después de saludarnos con un: “Alegre la mañana que nos habla de ti. ¡Feliz Domingo!”, he arremetido:

– Hoy no te escapas. Has vuelto a prohibir a los discípulos que dijeran que eras el Mesías, ¿por qué les impusiste silencio? Mientras atropelladamente le soltaba la pregunta, él ha visto una mesa vacía, me ha indicado que nos acomodásemos y ha pedido café y unos churros.

– Tranquilo, hombre. Ya te dije que otro día hablaríamos de lo que los estudiosos de mi Evangelio llaman “el silencio mesiánico”, y ha llegado ese día.

– Estoy ansioso por escucharte- he interrumpido, al tiempo que recogía los churros que traía el camarero-. Les preguntaste: “¿Quién decís que soy yo?”, y cuando te reconocen como Mesías, les impones silencio. ¡No hay quién lo entienda…!

– Por eso mismo, porque no entendían lo que estaba en juego, tuve que prohibirles que lo propalaran. Todos corrían el riesgo de entender mi mesianismo como algo bastante diferente de lo que es. No tienes más que recordar la conversación de este día con Pedro, otra más adelante con los dos Zebedeos y su madre, sus disputas sobre quién era el mayor…

– Con Pedro estuviste muy duro. Le llamaste Satanás y poco menos que lo echaste.

– ¡No era para menos! Pedro me reprendió en secreto y me quiso quitar de la cabeza que sufriera humillaciones y la condena a muerte; me dijo que eso no era propio de un Mesías. Él seguía convencido de que el triunfo del Mesías debía ser glorioso por la fuerza y poder que manifestase, un poder que incluso serviría para echar a los romanos. Pero yo quería instaurar el mesianismo de la misericordia del Padre, donde el triunfo es del amor, del perdón, de la servicialidad hasta el extremo de que el mayor es el último y el servidor de todos…

– Pero eso es revolucionario, casi diría subversivo, -he vuelto a interrumpir con cara de susto-.

– ¿Lo ves? Todavía os cuesta creerlo. Por eso, Pedro, con buena voluntad, pero sin enterarse de lo que estaba en juego, quería apartarme del camino trazado por el Padre y me tentaba a seguir los caminos tortuosos que os inventáis vosotros. Por eso, le llamé “Satanás” y le dije que pensaba “como los hombres, no como Dios”.

– Me parece que voy entendiendo -me he avenido a reconocer-. Si tus discípulos te hubiesen proclamado Mesías, mucha gente se hubiese adherido, pero el resultado hubiese sido un nuevo grupo de presión, como los zelotes más o menos, que hubieran aprovechado tu liderazgo para dar un vuelco a la situación política.

– Y nada hubiera cambiado, ni os hubierais convertido hasta ser capaces de “perder” la vida por mí para “ganarla” haciendo el bien, ni hubiera podido decir al Gobernador romano que “soy rey, pero mi reino no es de este mundo”. ¿Por qué piensas que hoy he pedido churros con el café? Para celebrar que mi mesianismo os cambia de arriba a abajo.

– ¡Falta nos hace! -he concluido pagando antes de despedirnos -.

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