En primer lugar, quiero decir que creo en Dios Padre, en Jesucristo su Hijo y en el Espíritu Santo. Amo a Dios Padre, a su Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo. Quisiera amarlos con ese amor inflamado de los santos, pero no llego a tanto. El Señor sabe hasta dónde puedo llegar con mi debilidad. Y amo a la Iglesia que me ha transmitido esa fe y ese amor. Se que es santa y pecadora porque todos somos santos y pecadores, por eso podemos llamarnos y ser Iglesia, Pueblo de Dios.
Me alegro y soy feliz cuando veo tantas personas entregadas a hacer el bien, incluso a costa de su vida. Me duele y sufro cuando tantos cristianos son asesinados por su fe. Y sufro también cuando por actos o declaraciones nuestras dañamos la imagen de la Iglesia.
Dicho todo este largo preliminar, espero que lo que sigue no se interprete como un ataque a la Iglesia Católica, sino como una reflexión personal con la que pueden estar en desacuerdo todos los que lo deseen.
Desde que se decretó el Estado de Alerta, hemos vivido un final de Cuaresma, una Semana Santa y una Pascua recluidos en nuestras casas. Las iglesias cerradas y la única oportunidad de seguir las celebraciones ha sido a través de la televisión. Aparte de los momentos de oración personales.
No soy quién para juzgar lo que se hizo en tiempos remotos en cuanto a catedrales, basílicas, iglesias, etc. Eran otros tiempos y otros modos de pensar. Pero estas celebraciones me han hecho reflexionar sobre la riqueza que hay en todas ellas y, como voluntaria de Manos Unidas, compararla con la falta de cubrir sus necesidades básicas que tienen en los países del Tercer Mundo.
Es verdad que he oído decir: “Para el Señor todo lo mejor”. De acuerdo. Pero Dios dice por boca del profeta Isaías: “El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies: ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi reposo? Todo esto lo hicieron mis manos, todo es mío – oráculo del Señor -. En ese pondré mis ojos: en el humilde y abatido que se estremece ante mis palabras”. (Is 66, 1-2). ¿Qué piensa Dios cuando ve tantas iglesias y catedrales y a sus hijos que se mueren de hambre, o de enfermedades curables con poco, o de frío?
Nosotros, cristianos, que nos decimos seguidores de Jesucristo tenemos nuestras casas bien amuebladas y nuestras neveras bien repletas, y nuestro Maestro “No tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20).
También hemos seguido procesiones, aunque fueran de años pasados. En ellas me ha llamado la atención (y no era la primera vez), las imágenes de la Virgen con esas coronas tan doradas y plateadas y tan repletas de piedras preciosas, con esos mantos negros bordados con perlas. ¿De verdad creemos que iba así, con esas coronas y joyas aquella jovencita que dio a luz en un establo? ¿O aquella que huía a Egipto para salvar a su Hijo perseguido por Herodes? Tampoco podría ser aquella madre al pie de la cruz de su Hijo, que sentía en sus entrañas todo el dolor que los clavos y el maltrato estaban infligiendo al que era el amor de su vida.
No solo están las imágenes así decoradas, sino que existen museos que contienen regalos como pendientes, broches y toda clase de joyas regaladas por tal o cual reina, por tal o cual fiel en agradecimiento a… Y digo yo ¿La Virgen María necesita esas joyas?
Como ya he dicho, no soy quién para juzgar lo que se hizo en el pasado remoto, pero constato que hay construcciones muy recientes que adolecen de lo mismo. He estado en una basílica cuya cripta del santo está totalmente dorada. Lo considero inadecuado para estos tiempos donde tenemos mucha más información y, se supone, que más formación como seguidores de Jesucristo, por más que la comunidad que la custodia haya escrito a la entrada que ha sido financiada por la familia “tal”. Creo que tendrían que haber hecho comprender a esta familia que buena parte de ese gasto fuera a vestir y dar de comer a los hijos de Dios necesitados. Y con el resto podía construirse algo muy digno, aunque no lujoso. Creo que el franciscano que reposa en esa cripta no debe estar muy de acuerdo con esos dorados y ese lujo. Sé que es por la religiosidad popular que, por supuesto hay que respetar, pero creo que no se debería fomentar.
Creo que seguramente he hecho daño con este escrito. Pido perdón por ello. No quiero que sea una crítica, o al menos que se considere así. Sigo sintiéndome hija de la Iglesia y sigo sintiendo el mismo amor por ella. Pero he visto con mis ojos cómo viven muchas personas en los países empobrecidos y pienso en el amor especial que por ellos siente nuestro Padre Dios. Y es que es eso lo que me ha enseñado mi Iglesia, a compartir con los pobres lo que soy y lo que tengo. Por esto se dice que la Iglesia tiene una “Opción preferencial por los pobres”.