“Sigo con mucho dolor lo que sucede en Israel y Palestina. Pienso en tantos…, especialmente en los pequeños y en los ancianos. Renuevo mi llamado para la liberación de los rehenes y pido con fuerza que los niños, los enfermos, los ancianos, las mujeres y todos los civiles no sean víctimas del conflicto. Que se respete el derecho humanitario, especialmente en Gaza, donde es urgente y necesario garantizar corredores humanitarios y socorrer a toda la población. Hermanos y hermanas, ya han muerto muchísimos. Por favor, ¡que no se derrame más sangre inocente, ni en Tierra Santa, ni en Ucrania, ni en ningún otro lugar! ¡Basta ya! ¡Las guerras son siempre una derrota, siempre!
La oración es la fuerza suave y santa para oponerse a la fuerza diabólica del odio, del terrorismo y de la guerra. Invito a todos los creyentes a unirse a la Iglesia en Tierra Santa y a dedicar el próximo martes, 17 de octubre, a la oración y al ayuno”. (Francisco. Ángelus – 15 octubre 2023)
Si no lo pudimos hacer ayer (17 de octubre), cualquier día es bueno para una acción que, si no acaba con la guerra -que es lo más seguro, por desgracia-, sí nos ayuda a cada uno de nosotros a tomar conciencia de que estamos llamados a ser constructores de la paz en nuestro corazón y en nuestro entorno familiar, social, laboral, en nuestro círculo de amistades, en todo tiempo y lugar. Es nuestra misión humana y humanizadora. Y, en cristiano y en toda fe profunda, voluntad de un Dios que es Amor.
“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. […] No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero”. (1 Juan 4:16.18-19)
Estas terribles guerras que nos rodean pensamos, quizás, que no van con nosotros y pasamos de ellas. Están lejos y no nos afectan. Pero nos equivocamos. Todas las guerras afectan, de un modo u otro, a todos. Si no nos afectan es porque estamos perdiendo cada uno de nosotros el interés por la humanidad que sufre o que ejerce la violencia… hasta que nos toque a nosotros. Porque esta guerra puede perdurar y extenderse. Y estamos olvidando que el sentido de la vida es vivir pacíficamente, solidariamente, todas las relaciones humanas: desde las familiares hasta las de los Estados.
Ha sido el patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, quien ha sugerido y pedido que se celebre una vigilia de oración, ayuno y abstinencia para pedir por la paz en Tierra Santa, el 17 de octubre.
Dejemos que nos hable el cardenal, en la misiva enviada a los obispos de todo el mundo: «el dolor y la consternación por lo que está sucediendo son grandes. Una vez más nos encontramos en medio de una crisis política y militar. De repente fuimos catapultados a un mar de violencia sin precedentes. El odio, que lamentablemente ya hemos experimentado durante demasiado tiempo, aumentará aún más, y la espiral de violencia que sigue creará más destrucción. Todo parece hablar de la muerte».
Añade asimismo que «no queremos quedamos impotentes. Y no podemos permitir que la muerte y sus aguijones (l Cor 15,55) sean la única palabra que se escuche» … Por eso, «sentimos la necesidad de orar, de volver nuestro corazón a Dios Padre. Sólo así podremos sacar la fuerza y la serenidad para vivir este tiempo, dirigiéndonos a Él, en oración de intercesión, de súplica, y también de clamor». Oración que no nos aliena, sino que nos lleva al compromiso por la paz y con la paz. Volver el corazón a Dios Padre es identificarnos con Él y empeñarnos en trabajar por la paz. La oración no es pedir y cruzarnos de brazos tan tranquilos ‘por el deber cumplido’. Orar es identificarnos con la voluntad del Padre en la contemplación, para imitarlo en nuestra vida. Y nuestro Dios es un Dios de Paz. La oración nos lleva, por tanto, a ser nosotros constructores y amigos de la paz. De lo contrario no es oración cristiana, sino un blablablá sin corazón y sin ningún deseo e intención de trabajar por la paz.
Lo que pedimos al Señor en la oración es para llevarlo a la práctica confiando en la fortaleza de su Espíritu para poder ser lo que pedimos siguiendo a Jesús, el Príncipe de la Paz. La Paz que anunciaron los ángeles a los pastores ante el nacimiento de Jesús, la paz que el Señor Resucitado siempre, e deseó a los suyos. La guerra solo engendra muerte, destrucción. Es la derrota de la humanidad y de todo lo bueno que trae la convivencia pacífica entre las personas, los pueblos, las comunidades.
La paz comienza en nuestro corazón, se comunica a nuestro entorno cercano con nuestro modo de vivir y se convierte en nuestra gran aportación personal -que nadie puede hacer en nuestro lugar- a la paz en el mundo.
La guerra siempre es una derrota -también para quien la ‘gana’-, solo la paz construye. Y la paz verdadera siempre comienza, repito, en nuestro corazón.
¿No será por todo eso y mucho más que Jesús dijo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”? (Mt 5,9). Es la única bienaventuranza que proclama Hijos de Dios a quienes la cumplen. ¡Ahí es nada!
Por la paz en el mundo, en nuestro entorno, en nuestro corazón, roguemos y demos al mazo.