Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

La suegra de Pedro

7 de febrero de 2024

Llaman la atención los detalles que nos ofrece el evangelio de Marcos (1,29-39) en la curación de la suegra de Pedro por parte de Jesús: “Se acercó, la cogió de la mano y la levantó”. Parece que el evangelista pretende realzar más los gestos de Jesús que la curación de la suegra de Pedro.

Claro: ‘hacer milagros’ no está en nuestras manos. Seguir a Jesús -o intentar seguirlo-, imitarlo, sí está entre nuestras posibilidades, siempre en docilidad a la gracia del Espíritu Santo.

Jesús “se acercó. Es lo primero que hace siempre: acercarse a los que sufren, mirar de cerca su rostro y compartir su sufrimiento. Luego, «la cogió de la mano»: toca a la enferma, no teme las reglas de pureza que lo prohíben; quiere que la mujer sienta su fuerza curadora. Por fin, «la levantó», la puso de pie, le devolvió la dignidad.

«Así está siempre Jesús en medio de los suyos: como una mano tendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe servir, no ser servido. Por eso la mujer curada por él se pone a «servir» a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Sus seguidores han de vivir acogiéndose y cuidándose unos a otros.

Dios siempre está cerca de nosotros. La actitud de Dios se puede describir con tres palabras: cercanía, compasión y ternura. Dios se hace cercano para acompañarnos, con ternura, y para perdonarnos. No olviden esto: cercanía, compasión y ternura. Esta es la actitud de Dios”. (Francisco. Ángelus 4 febrero 24)

Ahí quería llegar yo en este comentario: a la necesidad que tenemos todos de ser acogidos y cuidados y la reciprocidad de acoger y cuidar a los otros. Para hacer nosotros también lo que queremos que otros nos hagan.

Acercarse y acoger a la persona concreta, sea cual sea su situación, su modo de pensar, es el mejor modo de actuar con quien se nos acerca, sin desprecios a unos y sin sumisión egoísta a otros.

Todos necesitamos ser acogidos y cuidados, ser tratados con respeto y consideración, con cariño, sin paternalismos humilladores y autopagados de sí mismos. Nadie es más que nadie. Cuando alguien se cree más que otro, surgen toda clase de enfrentamientos y malentendidos que rompen la belleza de la relación fraterna y solidaria.

Jesús es cuidador de todo y de todos (desde la naturaleza al más sencillo de los sencillos) y se nos ofrece como guía que se acerca, toma de la mano y levanta. Para que nosotros hagamos lo mismo.

“Te damos gracias, Señor, porque estas manos y brazos que nos has regalado en la vida son para trabajar, para abrazar, para compartir los bienes de la tierra, para levantar al caído, para brindar amor y fraternidad, para saber bendecir como tú, para agradecer el don de la viday el don de la fe, para elevarlas al Padre en oración y alabanza, para poder abrazar y acompañar, para curar y levantar, para partir el pan y compartirlo con los demás. ¡Gracias, Señor!”. (2024. La Buena Noticia de cada día. 4 febrero. Verbo Divino).

La suegra de Pedro y Jesús, un relato sencillo donde los haya y profundo en su sencilla desnudez: acoger y dejarse acoger. Ni arriba ni abajo, ni más ni menos, ni tú ni yo. Yo acojo, tú acoges, nosotros acogemos. Yo soy acogido, tú eres acogido, nosotros somos acogidos.

Jesús y la suegra de Pedro, una relación a imitar. Acoger y dejarse acoger es una actitud que cambiaría muchas cosas a nuestro alrededor, en la historia, en las relaciones solidarias entre los pueblos, razas y naciones.

Y no crearíamos personas con mala fama como las pobres suegras a quienes les caen todo tipo de chistes casi siempre negativos que, aunque lo digamos en broma, siempre puede dejar o manifestar un juicio injusto.

Porque… ¡es la madre de tu esposa o de tu esposo!

Jesús y la suegra de Pedro forman una buena pareja que muestran muy buenas relaciones. A imitar siempre, aunque no seamos ni suegro ni suegra.

En toda circunstancia, “el programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un ‘corazón que ve’. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia”. (Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas est, 31)

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