Opinión

Vicente Jiménez Zamora

Palabras de vida

La Santísima Trinidad, misterio y comunicación

5 de junio de 2020

Queridos diocesanos:

Acabado el tiempo de Pascua con la solemnidad de Pentecostés, verdadera natividad de la Iglesia, el año litúrgico reemprende su andadura con los domingos ‘durante el año’. Reempezamos con el domingo de la Santísima Trinidad. Volvemos la mirada agradecida al que es la fuente de todo bien, al Dios único en tres Personas. El dogma trinitario es un misterio de luz y de vida, y no un enigma indescifrable que haya que resolver con la agudeza de juegos dialécticos del ingenio humano.

El misterio de la Trinidad es el corazón de nuestra fe y de toda la vida cristiana, que sólo Dios nos lo ha dado a conocer a través de su Hijo Jesucristo. Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres y les comunica su mismo misterio.

Jesús nos comunica el misterio de la Trinidad para que lo vivamos. Vivirlo es la mejor forma de  entenderlo. Empezamos a vivirlo en el bautismo, que es comienzo de la vocación y misión del cristiano. El final del Evangelio según San Mateo refiere la última manifestación de Jesús a los once discípulos, que los envía a la misión con el encargo de bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

El bautismo nos consagra  a este Dios Trinitario y nos introduce en el círculo de vida y amor que es la Trinidad. Un Dios que se nos revela como Amante (el Padre), Amado (el Hijo), Amor (el Espíritu Santo). Dios no es un ser solitario; no es una isla. Es comunidad de personas; es familia. Es diálogo; es comunicación. Y nosotros, hechos a su imagen y semejanza, somos hijos de Dios y familia de Dios. Es más: somos morada de ese Dios. Él nos habita y nos envuelve en un abrazo de amor. En él vivimos, nos movemos y existimos. Dios nos enseña que la vida es comunión, amor compartido, comunicación y diálogo.

Y porque participamos de la naturaleza de Dios y nos sentimos hijos de Dios e inmersos en su corriente trinitaria de amor, podemos y debemos amar a todos los hombres, que son también hijos de Dios y hermanos nuestros. 

El papa Francisco, en la situación de pandemia que vivimos y sufrimos, nos invita a superar la globalización del “virus” de la indiferencia con los “anticuerpos” necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo de vivir la alternativa de la civilización del amor, que es una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio.

Jesús en su discurso de despedida oró así al Padre: “Te ruego por los que crean en mí, para que sean uno, como tú y yo somos uno “(Jn 17, 20). El Concilio Vaticano II hace un comentario de este texto del Evangelio según San Juan y saca como consecuencia el carácter comunitario de la vocación humana, según el proyecto de Dios: “Cuando el Señor ruega al Padre que ‘todos sean uno como nosotros somos uno’ (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad” (GS 24). 

Con mi afecto y bendición,

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