Albert Camus (1913-1960), lo sabemos todos, es un filósofo francés, escritor, premio Nobel de Literatura en 1957 por «el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de la actualidad».
Entre sus libros más famosos -novela filosófica- está LA PESTE[1] publicada en 1947. Novela famosa y controvertida de la que se ha dicho de todo: desde las mayores alabanzas a críticas muy negativas. Dicen que el mismo Camus lo consideraba “un libro totalmente fallido”. “Estoy tan lejos de encontrar bueno este libro que dudo si dejar publicarlo”. Como es sabido, no se hizo caso a sí mismo. Por suerte.[2] “No dudo en considerarla como una de las obras más importantes no del año, si no de una época”, sentenció el crítico de Le Monde cuando la novela se publicó.
La novela, que narra los meses de cuarentena por una epidemia en la ciudad de Orán, en la Argelia francesa, se convirtió rápidamente en un clásico. Y ahora, a causa de la Covid 19, las ventas, en España y en el mundo, empezaron a aumentar desde el confinamiento obligatorio por la Covid19. La he vuelto a leer en este tiempo y por esta circunstancia pandémica.
Desde el principio, LA PESTE dio pie a múltiples lecturas. Hasta hoy. Por eso la llamo novela filosófica. Pero la ‘historia literal’ de la novela tiene una gran semejanza con ‘nuestra Covid19’: la ciudad aislada, el terror a la enfermedad, las familias y personas amadas separadas, la entrega de los médicos, los interrogantes existenciales que se plantean en la novela tienen una gran semejanza con el desarrollo de la Covid-19.
Camus era ateo o agnóstico. Aunque muchos afirman que ya estaba muy próximo al cristianismo. Murió joven: el 4 de enero de 1960, a los 47 años, en un accidente de tráfico. Por eso su posible evolución religiosa ya no pudo tener lugar. Este dato de su ateísmo, que tiene su reflejo en la novela, quizás sea la causa del rechazo de católicos, no precisamente ‘universales’. El sacerdote de la novela, el padre Paneloux, muestra sus opiniones abiertas, ni fanatismo religioso ni un Dios todopoderoso y agente de la peste. Nos enseña que el auténtico compromiso es incómodo y nunca puede ser ni indeciso ni conformista. Sin Dios, Camus apuesta por valorar la vida humana por sí misma, con un comportamiento de apoyo mutuo desde la libertad individual.
La novela, dentro de la dureza del relato, refleja cómo el desastre y la desgracia pueden hacer aflorar los mejores sentimientos y actitudes de las personas para luchar y lograr sobreponerse ante tal desgracia. Mantiene su capacidad simbólica, su apuesta por la solidaridad, la fraternidad y la heroicidad del hombre común. El protagonista, el doctor Rieux, y otras personas, sienten la necesidad de combatir para acabar con el mal y con el horror. El esfuerzo común logra que la peste acabe desapareciendo ante el júbilo de todos. Pero queda planteada, en el final de la novela, la duda sobre si la amenaza sigue vigente y algún día regrese.
“Pero ¿qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más”. Dice uno de los personajes con un tinte de resignación sin horizonte (Pág. 252). La peste no es la vida, pero ciertamente la vida nos ofrece constantemente mucho dolor. Hasta usamos los católicos en una oración mariana esta frase, muy discutida por muchos: “a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas”. San Pablo, desde la esperanza de la resurrección, nos dice con realismo esperanzado: “Nos acosan por todas partes, pero no estamos abatidos… Por todas partes vamos llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4,8-9). La vida, para el cristiano, tiene ‘algo de peste’, pero con esperanza.
“Sabían, ahora, que hay una cosa que se desea siempre y se obtiene a veces: la ternura humana”, dice el narrador (Pág. 247). Lo sabían todos: los que, después de la peste, se habían reencontrado con sus seres queridos y los que no. La ternura, deseo y necesidad eterna, no siempre valorada ni activada, sería un fantástico aprendizaje de esta nuestra pandemia. Además, solo la ternura, el amor, nos llevará consciente y libremente al cuidado mutuo.
“Decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio” (Pág, 254). Probablemente es una de las frases más citadas de Camus. Por su belleza y verdad intrínsecas. Es un acto de fe en el ser humano, proclamado por un no creyente en Dios. Algo que quizás no hacemos muchos, aunque digamos a grito pelado que ‘somos hijos de Dios’. Dios, nuestro Padre Dios, ¿puede crear un ser humano que sea más digno de desprecio que de admiración? Nosotros sí podemos hacerlo; Él, no.
Afirmaciones, las anteriores, que justifican este pensamiento del Dr. Rieux: “no es lo más importante que esas cosas tengan o no sentido, sino saber qué es lo que se ha respondido a la esperanza de los hombres” (Pág. 247). Reflexión profunda y dirigida a la acción contra lo que oprime al ser humano abriéndole horizontes de futuro. Sí estamos llamados a preguntarnos el porqué, descubrir nuestra responsabilidad y aportar nuestra gotita de esperanza y de cambio. El ‘sentido’ lo hacemos cada uno de nosotros.
Son cuatro momentos de la novela que he retenido y que ofrezco con esperanza para vivir nuestro ‘a pie de calle’ de cada día. Aunque estén dichos por un ateo o un agnóstico. Somos católicos.
[1] UNIDAD EDITORIAL. Madrid 1999. Trad. Rosa Chacel. Prol. José Manuel Caballero Bonald. Edición que uso.
[2] MARC BASSETS – EL PAÍS – 04 ABR 2020. Los datos concretos que aporto están sacados de este artículo de Bassets.