Sin esperanza, nunca seremos “UNA NOTA, UNA PALABRA, UNA GOTA, UN GRANO, UNA PIEDRA DE LA CASA”. La grandeza del objetivo: construir sinfonía, libro, océano, cosecha, casa, nos pesa muchas veces más que la poca cosa que somos y podemos aportar. Olvidando que esas pequeñas cosas son necesarias para que exista lo grande. Que precisamente se hace grande porque tiene muchas pequeñas partes.
Y aquí hace su aparición la esperanza. Que no es optimismo ingenuo y tranquilizante. Sino el esfuerzo mantenido y renovado cada mañana, cada día. Especialmente cuando nos parece más inútil nuestra aportación y compromiso por el bien común, por el buen vivir común, la esperanza hace su entrada sin hacer ruido para dar vida a nuestra vida. La esperanza comienza donde termina el optimismo. Una persona llega a ser adulto cuando ya no se hace ilusiones en la vida, pero mantiene con vitalidad la esperanza.
A la esperanza, a veces le gastamos una mala jugada. La proyectamos hacia el más allá: el cielo, la vida eterna. Ciertamente, participar de la vida eterna pertenece a la esperanza cristiana, es la meta final. hacia la que miramos. Pero la esperanza comienza a actuar ‘aquí’, en la tierra, para que se vaya haciendo presente el sueño de Dios, el plan de Dios: que sus hijos vivamos como hijos y hermanos. Si no actuamos la esperanza ‘aquí’, mal podemos proclamar que creemos en la vida eterna. Dios no nos ha creado y salvado para desentendernos de este mundo, sino para transformarlo. Y salvarnos ‘en’ el mundo.
Entre las virtudes teologales, actitudes teologales -‘teologales’ porque se fundan en Dios-, tiene la esperanza su propia misión insustituible. Pero no es, me parece, precisamente de la que más hablamos y no sé si es la que más actuamos. Y, probablemente, es la que antes desaparece de nuestro horizonte cuando no palpamos los frutos que esperábamos. Sin embargo, es la que sostiene la fe y el amor, caridad, cuando éstas se encuentran en dificultad. No se trata de situarlas en escalafón de importancia. Las tres son. Ninguna de las tres es posible sin las otras dos.
El filósofo cristiano, Charles Péguy (1873-1914), nos ofrece una imagen poética, bella, cercana, de la esperanza que siempre estimula y la hace atractiva. La “Pequeña esperanza” es un poema en el que la canta. Y, en mi reflexión sobre las cosas pequeñas que dejan obras grandes, no he podido por menos que recordarlo. Y decir que lo mejor es que lo leamos y meditemos cada uno. Ahí van unos pequeños detalles.
En el poema es Dios quien habla: “Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes”. Un atrevimiento poético en el que dice algo tan atrevido como que la esperanza es pequeña. Ahí radica su fuerza. No pequeña por su no importancia, sino pequeña porque no se manifiesta ella directamente, sino en lo oculto que sostiene lo que se ve: las obras y hechos de la persona esperanzada. No se ve, pero es la que actúa.
La esperanza es una niña muy pequeña.
Mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.
Mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Mi pequeña esperanza es la que saluda al pobre y al huérfano.
La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo de Francia.
La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo.
Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.
Mi pequeña esperanza es la que se duerme todas las noches, en su cama de niña, después de rezar sus oraciones, y la que todas las mañanas se despierta y se levanta y reza sus oraciones con una mirada nueva.
Y mi pequeña esperanza no es nada más que esa pequeña promesa de brote que se anuncia justo al principio de abril.
Es tan grande la ‘pequeña esperanza’ que en “El misterio de los Santos Inocentes”, Péguy pone en boca de Dios este atrevimiento:
“Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña, me extraña hasta a Mí mismo, esto sí que es algo verdaderamente extraño.
Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las cosas y que crean que mañana irá todo mejor, esto sí que es asombroso y es, con mucho, la mayor maravilla de nuestra gracia.
Esta niñita esperanza es la que atravesará los mundos, esta niñita de nada, ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes, ella es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos.
Por el camino empinado, arenoso y estrecho, arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores, que la llevan de la mano, va la pequeña esperanza y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación de dejarse arrastrar como un niño que no tuviera fuerza para caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos, y la que las arrastra, y la que hace andar al mundo entero y la que le arrastra.
Sí, un aperitivo largo. Pues… es mejor el plato entero.
Porque la esperanza es liberadora o no es esperanza. Sin esperanza, nunca seremos “UNA NOTA, UNA PALABRA, UNA GOTA, UN GRANO, UNA PIEDRA DE LA CASA”.