En estos últimos meses se han sucedido una serie de acontecimientos políticos que han enconado todavía más a muchos ciudadanos que siguen con preocupación el devenir de nuestros representantes. Hemos contemplado intentos de mociones de censura, celebración de elecciones autonómicas y hasta dimisiones y fugas de un partido a otro.
Seguramente, la asfixiante temperatura política se estará contagiando a las propias familias que desde sus hogares estaréis siguiendo todas estas peripecias a través de los distintos medios de comunicación.
Ante estos hechos, a los padres nos corresponde aportar las dosis de cordura suficientes para analizar los enfrentamientos políticos con la suficiente distancia. Es decir, no podemos contemplar la disputa política como si se tratara de un enfrentamiento entre el club de fútbol de nuestros amores y su histórico rival. Porque cuando esto ocurre, se llega a la pueril conclusión de respaldar a tal o cual partido independientemente de sus actuaciones más o menos acertadas. O sea, se es del PSOE o del PP a semejanza de que se es del Madrid o del Barça. Y así, se interpreta que tu club ha sido el justo vencedor, aunque no haya chutado a puerta en todo el partido y su único gol lo haya conseguido gracias a un penalti injusto.
No debemos emular a nuestros políticos que nos exhortan a admitir planteamientos maniqueos sin atisbo de autocrítica para sus propias filas. “Nosotros somos los buenos, los honrados, los justos y los democráticos; los otros son los corruptos, los inmorales y los radicales”.
A nuestros hijos debemos transmitir que un partido político no puede convertirse en nuestra esperanza de felicidad ni mucho menos está llamado a colmar nuestras aspiraciones más profundas, como si se tratara del hada madrina que nos concede tal o cual deseo.
Es importante enseñarles a buscar el bien y la verdad por encima de simpatías o apegos emocionales e independientemente del tiempo particular en que nos ha tocado vivir. Para que no sean ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error (Ef. 4,14).
Como siempre, ellos reproducirán los comportamientos que hayan visto en sus padres. De manera que, si hemos puesto nuestros anhelos más íntimos en la victoria de nuestro candidato preferido pensando que nuestra felicidad y nuestro bienestar dependía de ello, así lo harán nuestros hijos cuando tengan uso de razón; si hemos sido sectarios en la arena política, también ellos lo serán; por el contrario, si distanciamos nuestras legítimas simpatías políticas de lo que es auténticamente primordial para alcanzar la paz personal y familiar, también ellos serán capaces de tomar distancia de todo tipo de apasionamiento político irreflexivo.
La mayor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es que asuman naturalmente la búsqueda de la verdad para así poder encontrarse con ella. Porque es la verdad la que les hará libres y solo serán auténticamente felices cuando tengan más amor a la verdad que amor propio.
Con esto no quiero decir que la política no sea importante y que ciertas opciones pueden ser más o menos favorecedoras de nuestro bienestar. Sin embargo, es necesario mantener una adecuada jerarquía de nuestras preocupaciones. Y, en este sentido, en la vida familiar y personal existen muchos intereses por delante de las preferencias políticas.