“Gratis habéis recibido. Dad gratis” (Mt 10,8b). Ya nos lo dejó dicho el Señor. Y, si vivimos con los ojos abiertos, seguro que hemos visto y experimentado la gratuidad en muchas situaciones e incluso nos habremos sorprendido de que también nosotros hemos tenido gestos y hechos de gratuidad en nuestras vidas. Seguro. No nos autoflagelemos.
La gratuidad, actuar gratuitamente, es un tema al que me refiero con frecuencia, de pasada, en estos “A pie de calle”. Porque la gratuidad comienza desde abajo y camina por nuestras calles.
Hablan y hablamos y escribimos mucho, todos, de la solidaridad que se ha manifestado, una vez más, en esta pandemia. Es verdad. Y debe ser resaltado. Para que no suceda solamente en ocasiones como la actual, o parecidas, en cualquier país del mundo. ¡Bendita la solidaridad que permanece siempre!
¿Hemos olvidado o no hemos pensado que la solidaridad sin gratuidad es solidaridad a medias o solidaridad interesada? No obstante, los verdaderamente solidarios, aunque no lo piensen, actúan realmente de modo gratuito. La solidaridad cuando se realiza por interés, para que me valoren, para que hablen bien de mí… deja de ser solidaridad. De ahí que la gratuidad sea lo más profundo y auténtico de la solidaridad.
Otra actitud y acción necesaria hoy y siempre es: “La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás” (Francisco. Fratelli tutti -FT-135). Pero servicio y solidaridad necesitan la gratuidad para encontrar su autenticidad.
Francisco en FT habla de la gratuidad en un contexto de acogida a los emigrantes. Pero sus palabras sobre la gratuidad son válidas para toda actitud y acción humanas: “Existe la gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio” (N° 139). “Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio” (N° 140). “Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro” (N° 141).
Por todo esto y más, la gratuidad sana y salva.
Benedicto XVI también nos dejó comprometidas afirmaciones sobre la gratuidad en un contexto más amplio que la emigración: “La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente... El desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (Cáritas in veritate 34).
Este criterio de la gratuidad, para los cristianos, tiene un inquebrantable fundamento: “Dios, en cambio, da gratis, hasta el punto de que ayuda aun a los que no son fieles, y «hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45) … Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos dar sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno ayuda” (FT 140).
Y este criterio nos ayuda a revisar las razones de nuestra actuación con y por los demás. Y nos puede llevar a sopesar las decisiones y trifulcas de nuestros políticos. Estamos todos llamados a actuar de modo profundamente humano en estas circunstancias. Y lo más humano es la solidaridad, el servicio, la entrega hechos de modo gratuito. Como ha sido y está siendo en muchos de todas las capas sociales.
Por todo esto y más, la gratuidad sana y salva. SIEMPRE.