Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

«La gente corre tanto…

2 de junio de 2021

Porque no sabe a dónde va”. Y queremos seguir corriendo más deprisa para llegar ¿a dónde? Que desaparezcan cuando antes (¡ya!) las restricciones sanitarias y sociales para llegar ¿a dónde? A ‘lo de antes’. Nos dicen los preguntados en esas encuestas, con las respuestas ‘seleccionadas’ que piden ‘lo de antes’. Para poder trabajar como antes (buena y necesaria finalidad sin duda). Para divertirnos sin control; para consumir tiempo, dinero, salud…; para hacer lo que quiera sin control. Y que la vacunación corra y corra (deseo legítimo y acción necesaria). Y los difuntos con sus familias rotas y los enfermos y los sin trabajo y las ‘colas del hambre’ y los países empobrecidos a los que no llegan las vacunas, ¿a dónde vamos sin ellos? ‘Lo de antes’ sería (y pido perdón antes de escribirlo) ‘el muerto al hoyo y el vivo al bollo’.

La pandemia, que nos asusta y gritamos que desaparezca, puede ser un momento muy doloroso, pero propicio (gracia, kairós, decimos los cristianos) para plantearnos a dónde queremos ir.

Hay muchas personas que no corren tanto porque ya no aplaudían -y menos aplauden ahora- a ‘lo de antes’ y saben o buscan sinceramente ’a dónde ir’.

“La gente corre tanto,

porque no sabe dónde va,

el que sabe a dónde va,

va despacio,

para paladear,

el ‘ir llegando’…”

Breve, sencillo y bello texto (tres grandes cualidades) de GLORIA FUERTES. “El que sabe a dónde va, va despacio”. Un despacio no vacío ni lento. Un despacio para “paladear”, gustar, disfrutar, gozar, contemplar, sentir, amar, conocer, experimentar, tocar, acariciar ese “ir llegando” al dónde quiero llegar. Este ir llegando a donde quiero llegar está lleno de sentido en sí mismo y nos regala, si sabemos disfrutarlo, belleza, amistad, compañía, amor, sol, agua, impresionante naturaleza, posibilidad de diálogo, de ayudar y dejarse ayudar… y las cruces que también tiene ese “ir llegando”, se hacen más llevaderas porque forman parte del camino hacia el ‘dónde’ y lo enriquecen. Porque es un ‘a dónde’ que va desde vivir y gozar y esperar en el Dios-Amor hasta cuidar la naturaleza, a los demás, o simplemente gozar limpiamente de y con lo que se nos ha regalado por el hecho de vivir. Esto es lo que hacen, y los creyentes con ellos, quienes no creen en Dios, pero sí en la vida, en su dignidad y belleza.

Cuando se unen el ‘a-dónde’ concreto de cada persona, el ir llegando despacio y disfrutando limpiamente de lo que hemos recibido, descubrimos el inmenso e inigualable valor de la vida sencilla que respeta, cuida y mejora todo lo que nos rodea y a quien vive o se cruza en nuestro camino.

La vida, el camino reflexionado nos lleva a colocar las cosas en su sitio. Las importantes a un lado. Las menos, a otro o a ningún lado. Lo valioso, en primer lugar. Lo caro, que puede dar un lustre postizo y alejado de la sencillez, que ni respeta ni ayuda a comprender qué es la vida, la existencia, la humanidad, lo iremos olvidando. Porque iremos descubriendo qué es lo que ‘vale’ y que, además, no tiene ‘precio’. “La sencillez lleva a la libertad del alma”, me acaban de enviar ahora mismo por WhatsApp.

Como no lo voy a escribir yo mejor, copio un texto que he redescubierto por casualidad y en el que hago algún pequeño cambio, de la periodista Ángeles Caso[1]: “Casi nada de lo que creemos que es importante lo es realmente o, al menos, me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad… Me aparto… de los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan”. 

Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que se limitan a depositar una moneda en las manos de un pobre y se creen justos y solidarios. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser”.

“Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario… Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase”.

“Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida”.

Dejemos que ese ángel de la sabiduría nos sorprenda. Quizás así no corramos tanto porque tenemos un ‘a-dónde’ ir. Un a-donde vamos.


[1] Lo que quiero ahora. Ángeles Caso, periodista. Periódico La Vanguardia, 19.01.2012

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