Opinión

José Manuel Murgoitio

LA Escuela Católica, camino indispensable de la Iglesia

15 de noviembre de 2019

Escuelas Católicas celebra su XV Congreso estos días 14,15 y 16 de septiembre. Un Congreso bianual que en esta ocasión, bajo el lema “#Magister. Educar para dar vida”, pretende ofrecer pautas para reflexionar sobre la escuela que hoy necesita la sociedad y reivindicar el papel fundamental que juega la escuela católica en este sentido.
Ahora bien, difícilmente podremos lograr que la sociedad reconozca el papel fundamental que juega la escuela católica si, como Iglesia, nosotros mismos no somos capaces de reconocer el servicio de ésta como instrumento privilegiado de evangelización; pues a través de ella la Iglesia ofrece al hombre de nuestro tiempo el diálogo de la salvación a través de la mediación cultural. Una cultura, la actual, en el que el pensamiento católico ha sufrido un grave retroceso y en el que resiste, a duras penas, en el ámbito educativo.
La educación se convierte así en nuestros días, probablemente más que nunca, en una sustancial dimensión constitutiva de la evangelización, pues la transmisión de la cultura en la escuela está unida indisolublemente a la transmisión de valores, también los evangélicos, y así es como “educar cristianamente es llevar adelante a los jóvenes, a los niños, en los valores humanos en todas sus realidades, y una de estas realidades es la trascendencia” (Francisco. Discurso al Congreso Mundial de la Educación Católica, 2015).
Hemos de caer en la cuenta que nuestros niños y jóvenes, de todo signo, de familias creyentes, no creyentes, alejadas, de otras tradiciones religiosas, donde están hoy en día presentes es en la escuela, y muchos de ellos en nuestras escuelas especialmente. Niños y jóvenes que, en la mayor parte de los casos, sólo en ellas van a escuchar quien les hable del Dios de Jesucristo, que es Padre y con quien es posible un encuentro personal. Y ya sabemos, como señala Benedicto XVI, que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva “(Carta enc. Deus caritas est, n. 1).
Por eso, es importante caer en la cuenta que, en un mundo en el que se vive “etsi Deus nos daretur” (como si Dios no existiese), la escuela católica es hoy un lugar privilegiado para la iniciación cristiana de aquellos niños y jóvenes, los más, que no participan de la vida de fe en sus familias. Un espacio que hace posible una pedagogía del umbral que ayude al alumno a atravesar esa puerta que “supone emprender un camino que dura toda la vida” (Benedicto XVI. Carta Apostólica Porta Fidei).
Es verdad que la escuela católica se sitúa en la actualidad en un lugar de frontera en la sociedad actual. Que, como toda institución educativa, se ve también hoy afectada por las situaciones y problemas de la misma sociedad a la que sirve. Que no es un ámbito aislado y que en ella confluyen los problemas culturales y sociales que aquejan a la sociedad y sufren en primera persona los alumnos y aún los propios docentes.
Pero pese a todas las dificultades y amenazas, la escuela católica reivindica su corresponsabilidad en la misión de la Iglesia como auténtico sujeto eclesial; misión que desarrolla a través del diálogo con la sociedad actual. Una escuela que, “al ofrecer su proyecto educativo a los hombres de nuestro tiempo, cumple una tarea eclesial, insustituible y urgente” y cuya desaparición “constituiría una pérdida inmensa para la civilización, para el hombre y para su destino natural y sobrenatural” (La Escuela Católica. S.C. para la Educación Católica, n. 15).

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