Opinión

Raúl Gavín

La desgracia de ser famoso

14 de septiembre de 2018

El tiempo de verano se presta al descanso, al ocio y a quehaceres poco habituales durante el resto del año. En uno de estos momentos de zanganería, entré en la web de RTVE y curioseé los contenidos de esta página hasta toparme con algunos vídeos que alentaban a ver un  espacio que mostraba cómo son o han sido, tanto la vida como las relaciones entre los componentes de las sagas familiares más conocidas del país. Todo ello a través de reportajes documentales y entrevistas a miembros de dichas familias, revelando detalles que podrían ser desconocidos para el espectador.

Reconozco que tras ver el primero de los nueve programas que componían “Lazos de sangre”, vi algunos otros más: la Casa de Alba, los Iglesias Preysler, Dominguín Bosé, Rivera Ordóñez, el clan Flores, los Jurado, Sánchez-Vicario, la saga de Chipiona y la familia Dúrcal, eran los protagonistas.

Conocer un poco más de estos célebres personajes, me ha llevado a preguntarme qué es lo que nos atrae de estas populares familias: ¿Su dinero? ¿Su fama? ¿Su boato? ¿Su belleza?

Si algo tienen en común los componentes de estas sagas es que su infancia estuvo marcada por la ausencia de sus padres que, a su vez, fueron infieles en sus matrimonios y terminaron por separarse y volverse a casar formando nuevas familias con sus parejas. En sus propias vidas, esta circunstancia se ha ido repitiendo y, suman, uno tras otro, fracasos amorosos e hijos carentes del afecto y la presencia de sus padres. Por otra parte, coinciden en los desencuentros familiares como consecuencia de herencias o negocios familiares.

Tener un padre mujeriego como Julio Iglesias o Luis Miguel Dominguín no resulta gracioso por más que sus hijos aparenten ante las cámaras que sí lo es. Estoy seguro que hubieran preferido, sin dudarlo, un padre que hubiera pasado tiempo con ellos y que hubiera sido fiel a su madre.

¿Por qué entonces nos fascinan estos personajes dignos de nuestra condolencia y compasión? ¿Por qué los seguimos? ¿Por qué los admiramos?

La revista semanal Pronto, con 2.363.000 lectores a la semana, es la más leída de España en 2018. Así lo indican los datos del último Estudio General de Medios(EGM), publicado el mes pasado por la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC). La segunda revista semanal más leída por los españoles es Hola, con 1.976.000 lectores, y la tercera entre las semanales es Lecturas, con 1.096.000 lectores.

El fenómeno de la prensa rosa se ha extendido a la televisión. Desde la irrupción de las privadas, no hay cadena que no reserve un espacio principal para este tipo de información. Hasta el punto de que ha surgido estos últimos años un subgénero que convenimos en denominar “telebasura” que muestra sin pudor y con exageración la esfera íntima de las personas que participan el mismo.

¿Por qué estos programas tan unánimemente despreciados cosechan, sin embargo, audiencias millonarias?

Seguramente, los consumidores de este tipo de programas en los que los famosos abren las puertas de su mansión, nos cuentan sus maravillosas vacaciones o nos presentan al nuevo amor de su vida, son personas a las que la vida real les resulta insuficiente, insatisfactoria o aburrida. Cotillear en la vida de los demás nos conduce a la vanidad, el rencor y la envidia. Y, por la mirilla de la puerta en la que aparecen personajes aparentemente triunfadores, se camuflan nuestras heridas, inseguridades y complejos.

Animo al que tenga deseos de indagar en intimidades de vidas ajenas, que lo haga en la de los santos. Uno de mis preferidos es San Rafael Arnaiz. En sus maravillosas cartas se puede conocer su infancia, su familia, sus tentaciones y sus sufrimientos.

Nuestra vida puede resultarnos latosa, aburrida e insufrible, o por el contrario, dichosa e ilusionante, dependiendo del sentido que mueva nuestra existencia. Frente a quienes piensan que lo primordial es el placer, el dinero o el poder, los santos nos recuerdan que el único motor capaz de ahuyentar a “los diablillos”, al mismo tiempo que nos revela el sentido de nuestra vida, es el amor: el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús.

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