Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

La buena, la mala…

16 de noviembre de 2022

… y la mejor; “Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8,9). Sí, hablamos de la pobreza. Tres días después de la celebración, el pasado domingo, de la 6ª Jornada Mundial de los Pobres centrada en esta afirmación de San Pablo: “se hizo pobre por vosotros”.

                Es la ‘mejor pobreza’. Podía haber dicho San Pablo: siendo Dios, se hizo hombre. Y no hubiera dicho nada falso. Pero dijo lo de ‘rico’ y ‘pobre’ y no ‘Dios’ y ‘hombre’. Y la cosa, pues… cambia. Siendo rico, dejó de serlo libremente. Elegida y, por eso, la mejor. Y nos enriqueció con su pobreza, dignificándola, convocándonos a ser pobres libremente e identificándose con los pobres: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. (Mt 25,40). Para estar cerca de Jesús, se hace imprescindible estar cerca de y con los pobres. Y contra las causas de la pobreza en un mundo de abundancia para todos como creación del Padre. Por eso, los pobres son “nuestros señores” (S. Vicente de Paúl).

                Nos enriqueció con su pobreza. Se hizo uno de los nuestros, se hizo -fue- libremente pobre y nos mostró el camino salvador de la pobreza: la identificación con los pobres, con la causa del pobre, la sencillez de vida gozosamente elegida, la libertad sobre las cosas, sobre el poder, sobre el dinero. Y así nos presentó dos clases de pobreza: la ‘buena’ y la ‘mala’, por decirlo de golpe. La ‘mala’ es fruto de la injusticia, inequidad, e impuesta por el orden-desorden mundial. Por eso, cada vez hay pobres más pobres y ricos más ricos.

                Pero “no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se les permita tener una vida digna y feliz”. Este es el deseo, el plan del Padre que quiere que sus hijos vivan en fraternidad y solidaridad. Y la pobreza impuesta, no elegida, es lo más opuesto a la fraternidad y solidaridad, su verdadero enemigo y su auténtico asesino.

                La pobreza elegida libremente sí origina ‘una vida digna y feliz”. Porque es la pobreza ‘buena’. Es “la pobreza que libera… la que se nos presenta como una elección responsable para aligerar el lastre y centrarnos en lo esencial”. Nos libera de tanto y tanto que buscamos y deseamos -el lastre- y nos quita la paz y la sencillez de vida -lo esencial-. Nos posibilita disfrutar de la vida. Obsesionados por las cosas, nos olvidamos de vivir, que es lo esencial. Las cosas, ‘el tener’, nos pueden robar la vida y olvidarnos de lo que somos: personas. Y olvidar que las cosas solos son un `medio necesario’ para vivir. Las cosas deben ser iluminadas por la sencillez de vida, por lo necesario e imprescindible para todos, por la solidaridad compartida. De lo contrario, lo bueno de Dios, su creación, se convierte en causa de desgracias y de muerte por la obra del ser humano.

                Los que han elegido la pobreza ‘buena’ están “deseosos de encontrar lo que pueda satisfacerlos, tienen necesidad de orientarse hacia los pequeños, los débiles, los pobres para comprender finalmente aquello de lo que verdaderamente tenían necesidad”. Y para comprender que no tenían necesidad de tanto ¿innecesario? y estaban volcados en ello. Los pobres nos enseñan sin palabras. Así, decimos, nos evangelizan. Porque “el encuentro con los pobres permite poner fin a tantas angustias y miedos inconsistentes, para llegar a lo que realmente importa en la vida y que nadie nos puede robar: el amor verdadero y gratuito”.

                Angustias y miedos de los que ya nos habló Alguien en quien decimos creer, y creemos con más o menos fidelidad: “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas” (Mt 6,31-32). Angustias, enfermedades y muerte que sí habitan en la vida de los pobres. Con ellos debemos estar cerca para que tampoco se angustien y mueran. Estar con ellos es: “Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura” (Mt 6,33)

                La pobreza ‘mala’ es la que creamos e imponemos a otros. Hay muchas causas profundas y mortales de la pobreza ‘mala’. Una de ellas, y no sin importancia, es la falta de nuestra sensibilidad ante y con los pobres.

                Esta pobreza llega a matar (dos veces lo dice el texto que espigo). “La pobreza que mata es la miseria, hija de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos. Es una pobreza desesperada, sin futuro, porque la impone la cultura del descarte que no ofrece perspectivas ni salidas. Es la miseria que, mientras constriñe a la condición de extrema pobreza, también afecta la dimensión espiritual que, aunque a menudo sea descuidada, no por esto no existe o no cuenta. Cuando la única ley es la del cálculo de las ganancias al final del día, entonces ya no hay freno para pasar a la lógica de la explotación de las personas: los demás son sólo medios. No existen más salarios justos, horas de trabajo justas, y se crean nuevas formas de esclavitud, sufridas por personas que no tienen otra alternativa y deben aceptar esta venenosa injusticia con tal de obtener lo mínimo para su sustento”.

                Por todo esto y por más,“los pobres, en realidad, antes que ser objeto de nuestra limosna, son sujetos que nos ayudan a liberarnos de las ataduras de la inquietud y la superficialidad”. Importante recuerdo: ‘sujetos’ no ‘objetos’. Ayudar y dejarnos ayudar, dejarnos ayudar y ayudar, esa es la cuestión, el camino, la actitud humana y cristiana.

                ¡Qué fácil nos lo ha puesto Francisco con este doble adjetivo: ‘mala’ y ‘buena’ en su Mensaje para la 6ª Jornada Mundial de los Pobres, 13 noviembre 2022! Todos entendemos que hay dos pobrezas. Lo sabíamos, sin duda. Pero la sencillez del lenguaje ayuda y no poco.

                La pobreza ‘buena’ es la que encarnan Jesús y sus seguidores y otros muchos que lo hacen por solidaridad, empatía, amor hacia los que padecen necesidad injustamente. La he llamado ‘la mejor’ porque es la suya, la de Dios-hecho-Hombre, y porque la vivió “hasta no tener donde reclinar la cabeza” (Lc 9,58).

En conclusión: “hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices”.

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