En la redacción del principio número uno de la Carta Olímpica se indica que el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos universales. Ante tal afirmación, completa y abrumadora, llama la atención en especial la primera idea: la alegría del esfuerzo. Aparentemente parecen conceptos opuestos, el esfuerzo está asociado a sufrimiento, a sacrificio, a obligación y a malas condiciones. Por otro lado la alegría la relacionamos con un concepto hedónico, al placer y el disfrute.
Inicialmente todos sabemos que conseguir logros cuesta esfuerzo y que los objetivos se consiguen con grandes sacrificios. Sin embargo, no todos sabemos encontrar la alegría en el propio esfuerzo, ejerciendo en ocasiones dependencia entre nuestra satisfacción y el resultado final del mismo. En tal caso, la alegría está condicionada al resultado, no al propio esfuerzo, cuando en el esfuerzo viene implícito también un aprendizaje, una experiencia, una misión de un nivel superior y unos conocimientos que podrían generar aún más alegría que el propio resultado. Cuando se encuentra la alegría en el esfuerzo, es mucho más probable llegar, incluso superar, a los objetivos por los cuales comenzó el sacrificio, ya que todos los pasos necesarios para llegar hasta él se realizarán de una forma mucho más contundente.
Pero si la alegría la hacemos depender únicamente del resultado que queremos conseguir, nos frustramos en el proceso porque no lo disfrutamos, no vemos los logros, no llegamos al objetivo, no le encontramos motivo de continuar en ello. Esta visión hedónica y cortoplacista es la que nos limita a nosotros mismos a disfrutar de un esfuerzo y sacrificio que, ineludiblemente, antes o después tendremos que realizar.