A nadie nos molesta estar alegre, ser alegre, vivir en alegría. Claro que no es lo mismo estar de fiesta que estar alegres. Porque la fiesta se puede programar e incluso comprar. La alegría, no. No se puede ni comprar ni programar. La alegría o nace de dentro, del corazón, o no existe. Tampoco identifico la alegría con ser alegre ni con estar alegre. Ser alegre puede ser característica del carácter de una persona. Y qué suerte tiene de ser así. Estar alegre, por otra parte, es cuestión de un momento, de una razón pasajera, de algo bonito que nos ha sucedido. Y que ya pasó, aunque su recuerdo siga siendo agradable.
La alegría de la que hablo es permanente, pero no exhibicionista; es natural y sencilla, pero pide generosidad; es profunda, interior, pero tiene rostro amable; es gratuita, pero necesita cultivo; es contagiosa, pero lleva a preguntarse por su causa, su origen…
Las personas que llamamos ‘buenas’, suelen vivir esa alegría. Su bondad natural o conquistada les hace serenamente alegres. Encuentran justamente su alegría permanente, natural, sencilla, profunda, interior, gratuita, contagiosa en procurar ser ‘buenas personas’, sencillamente buenas, calladamente buenas, humildemente buenas.
Son personas serenamente alegres porque buscan, procuran hacer siempre el bien. La fuente de su alegría está en su bien-obrar, en su hacer el bien. Hacer el bien es el objetivo de su vida, lo que le da sentido. Y ese es su gozo, su alegría. También cuando es rechazado o mal interpretado el bien, lo bueno que han querido hacer y regalar sin aspavientos, sin buscar medallas. Su alegría es sencillamente hacer el bien.
O mejor, hacen el bien y se sienten alegres. Porque no lo hacen egoístamente para estar alegres ellas. Están alegres por hacer el bien, aunque ellas no sepan por qué lo están. Hacer el bien no es para ellas un modo de ‘ganar méritos’, ni siquiera se lo han propuesto para ‘ser buenas’, ni porque ‘sea bueno’ hacer el bien –que lo es-. Sencillamente hacen el bien porque viven en sociedad, porque quieren aportar algo bueno, porque así contrarrestan un poco –su parte- el mal que también nos rodea. Porque piensan que es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.
Hacer el bien es la alegría más sana, más auténtica, más humana: no es interesada, nos busca aplausos, es gratuita, no es selectiva, soporta el rechazo o la burla, no mira a quién se le hace el bien, porque lo hace a todos (aunque sus preferidos son los más necesitados, los más olvidados, los marginados, los sin amigos, los emigrantes…).
Si alguien le pregunta por qué obra así, puede responder (aunque no sepa decirlo): soy humano, soy humana. Sólo he hecho lo que tenía que hacer. (Cfr. Lc 17,10)
Porque “la gran tentación es conformarse con una vida sin amor, que es como un vaso vacío, como una lámpara apagada. Si no se invierte en amor, la vida se apaga» (Francisco, 3 noviembre 2018).