Opinión

José Luis Lázaro

“La acogida integral de la persona y el cuidado de la creación”

24 de abril de 2025

Hace apenas unas días que nos ha dejado y ya, algunos, estamos echando de menos a quien supo poner a la persona en el centro de toda su acción pastoral y en su reflexión teológica. Sus dos pasiones, a mi modo de ver, fueron siempre: el ser humano y el mundo que le tocó vivir.

La conexión que estableció entre estas dos categorías fue de tal magnitud que, parecía que siempre hubieran estado interconectadas y una llevara a la otra de forma natural y viceversa. ¡Con qué facilidad hablaba en un lenguaje comprensible, pero a la vez de gran hondura para todo ser humano y de cómo éste, nos llevaba, a cada uno de nosotros, al compromiso vital y social con nuestra propia realidad!

Francisco siempre será recordado por situar el Evangelio y la persona en el centro de toda su vida y ministerio pastoral. Esa opción, le llevó a “saltarse” —en no pocas ocasiones— las reglas de protocolo y las normas de seguridad, por manifestar su cercanía y su apoyo a aquellas personas que estaban siendo descartadas por la sociedad “desarrollada”.

Lo hizo en su primer viaje oficial, a la pequeña isla de Lampedusa, para encontrarse con los migrantes que habían llegado en patera o habían sido rescatados en alta mar, librándose de una muerte segura. En esa, su primera presentación pública en sociedad, ya se ganó el título de “El Defensor de los Migrantes y Refugiados”¹. Luego vendrían otras visitas a los campos de refugiados, declaraciones de condena a las leyes que discriminan a las personas por el mero hecho de ser migrantes, acogidas de refugiados en el Vaticano, mensajes de las jornadas mundiales de los migrantes y los pobres, etc.

Otro colectivo de personas, a los que Francisco dio visibilidad internacional con sus gestos de ternura y cariño, fueron las personas con capacidades diferentes. ¿Quién no recuerda a los niños que, con síndrome de Down o espectro autista, subían hasta donde él estaba hablando, recibiendo algún grupo de personas o leyendo un discurso, y cómo paraba la organización del evento para poder hablarles, escucharlos o, sencillamente, ofrecerles un gesto cariñoso, como si del mismo Jesús se tratara?

Francisco “rompió moldes” cuando se atrevió a encontrarse con algunos colectivos de personas que hasta entonces habían sido silenciadas en la Iglesia, pero también en la sociedad. Recordamos aquellos encuentros que acabaron convirtiéndose en “mediáticos” con algunas víctimas de abusos sexuales en el interior de nuestra Iglesia; las entrevistas con personas LGTBIQ+ e, incluso, su presencia y participación en encuentros internacionales de movimientos sociales, donde nunca antes había participado un alto representante de la Iglesia Católica.

El papa Francisco nos enseñó a practicar una acogida integral de todo ser humano, con independencia de sus capacidades, dones o diferentes visiones de la vida y de los valores humanos. Su forma de mirar y de tener presentes todas las dimensiones de la persona —no solo las visibles, sino también las que fundamentan nuestro propio ser, como la interioridad, la felicidad y la dignidad humana— nos ayudaron a comprender que, como criaturas creadas por Dios, teníamos la misión de ayudar a construir un mundo donde se respetara la persona en su totalidad y se cuidara la creación.

De este modo, por medio de su pensamiento y de sus propuestas pastorales, empezaron a entretejerse, de una forma transversal, la persona, el mundo y la creación. Así, ya no es posible hablar solamente del ser humano independiente o autónomo del mundo, sin ponerlo en relación con sus problemas y realidades cambiantes, o la misma globalización; o debatir de la ecología y de los problemas del cambio climático, sin aportar una palabra de calidad desde nuestra fe y desde la teología de la creación.

Con Francisco, hemos aprendido a vivir integralmente nuestra humanidad, nuestra dimensión espiritual y nuestro ser ciudadanos de este mundo. El cuidado que hagamos de toda persona, redundará en el cuidado que llevemos a cabo en nuestro mundo y, por ende, de la creación.

La cultura del encuentro, transmitida por Francisco, nos ha enseñado a acrecentar nuestra mirada, para descubrir que los problemas que vivimos y sufrimos los seres humanos, están interconectados con realidades que antes veíamos como compartimentos independientes y, ahora, sabemos que no podemos abordar de forma autónoma, sino integral.

Solamente de este modo podremos descubrir que la vida puede ser el más maravilloso de los dones que hayamos recibido, si somos capaces de donarla y entregarla gratuitamente, a imagen de quien hace pocos días resucitó para que todos pudiéramos vivir la Pascua como novedad ilusionante en la propia vida.

«No se olviden de rezar por mí», repetía el papa Francisco en cada encuentro, con cualquier persona. Seguro que, cuando reciba nuestras oraciones, sonreirá con la fuerza y la naturalidad de quien nos enseñó a vivir la fe, desde la normalidad y desde la alegría.


¹ Fuente: «Francisco, el defensor de los migrantes y refugiados» – Iglesia en Aragón

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