Opinión

Francisco Yagüe

Jornada Mundial por el Trabajo Decente

9 de octubre de 2020

El pasado 7 de octubre, tuvo lugar la celebración de la Jornada Mundial por el Trabajo Decente y que es compartida con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el movimiento sindical mundial y el movimiento mundial de trabajadores cristianos.

Su origen, en el ámbito eclesial, tuvo lugar el día 1 de mayo de 2000, cuando San Juan Pablo II, con ocasión del Jubileo de los Trabajadores, lanzó un llamamiento para una coalición mundial a favor del trabajo decente. Posteriormente fue Benedicto XVI quien escribió en la encíclica Cáritas in Veritate: «Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia», rememorando la carta encíclica Laborem excercens de San Juan Pablo II.

También el Papa Francisco ha hecho alusión en numerosas ocasiones a este concepto porque “si falta el trabajo, la dignidad humana está herida”.

Con motivo de un seminario organizado por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz en Abril de 2014, los representantes de las entidades cristianas se comprometieron a llevar el debate sobre el papel del trabajo decente a sus afiliadas nacionales para que hicieran suyo este llamamiento y se comprometieran a promover el trabajo decente como una prioridad de los gobernantes, los agentes económicos y la propia sociedad civil. En España Cáritas, Justicia y Paz, CONFER y los movimientos especializados de acción Católica, JOC, JEC y la HOAC serán los impulsores de la iniciativa, a la que posteriormente se han ido adhiriendo decenas de entidades de la iglesia española.

Pero que entendemos por trabajo decente. Un trabajo decente, en cualquier sociedad, debe ser expresión de la dignidad que tiene todo hombre o mujer.

El calificativo decente aplicado al trabajo debería comprender las siguientes condiciones (Caritas in Veritate, 63):
– Un trabajo elegido libremente.
– Que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad.
– Un trabajo donde las personas trabajadoras sean respetadas, evitando cualquier tipo de discriminación.
– Un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar.
– Un trabajo que consienta a las personas trabajadoras organizarse libremente y hacer oír su voz.
– Un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual.
– Un trabajo que asegure una condición digna a las personas trabajadoras que llegan a la jubilación.

Por último, la jornada de este año se ha visto enmarcada por la realidad de crisis que en el mundo del trabajo ha condicionado la situación de pandemia creada por la COVID 19, en la que numerosas familias están sufriendo los zarpazos del paro, de los ERTES, de los retrasos a la hora de percibir las prestaciones económicas que les corresponden. Sin olvidar las empresas o autónomos que se han visto obligados a cerrar sus negocios.

Por otro lado, no podemos olvidar la cara positiva de la crisis, los aprendizajes, la solidaridad, “Esta crisis –señala Iglesia por el Trabajo Decente (ITD)—nos ha enseñado que se puede consumir menos y mejor, que el servicio de aquellos oficios menos valorados, social y económicamente son los que sostienen la vida y el cuidado comunitario”. Denuncian, en ese sentido, que “la realidad en que nos encontramos está visibilizando las consecuencias de un modelo productivo incapaz de generar empleo con alto valor añadido y caracterizado por las altas tasas de precariedad laboral”.

Este grave deterioro del empleo y, por tanto, de la vida, “está suponiendo –se afirma en el Manifiesto que publicó ITD— que multitudes se vean abocadas a acudir a los servicios sociales públicos, a los recursos sociales de las organizaciones de la Iglesia o a la ayuda de las comunidades parroquiales y vecinales para poder subsistir. Es aquí donde se ha manifestado la mayor experiencia de solidaridad y apoyo común que hemos descubierto en esta circunstancia tan extraordinaria, una experiencia de unidad en la adversidad que ha hecho que nos movamos por el bien común”. Por ello, “tenemos que valorar el trabajo humano en la medida que nos dignifica como hijas e hijos de Dios, corresponsables con el cuidado de la vida y la creación”.

Así, a lo largo de toda la geografía española, la iniciativa Iglesia por un Trabajo Decente, celebró una jornada reivindicativa, invitando a toda la comunidad eclesial a sumar esfuerzos para promover los siguientes objetivos:
– Apostar por un nuevo sistema productivo, capaz de generar empleos con alto valor añadido y que ponga a la persona en el centro.
– Lograr el reconocimiento social y laboral de los empleos esenciales para la vida, con unas condiciones laborales dignas que permitan a las personas salir de la pobreza.
– Reconocer el derecho a la protección social sin que esté supeditado a la vida laboral.
– Garantizar que el ingreso mínimo vital sea una realidad para las personas que lo necesitan, dotando a las instituciones de los recursos necesarios para su gestión.
– Asegurar la percepción del subsidio extraordinario a las trabajadoras de hogar y que se reconozca su derecho a la prestación por desempleo al igual que para el resto de personas trabajadoras.

Para concluir, nos puede iluminar la nueva encíclica Fratelli Tutti, en la que, desde esta convicción por la que todos somos hijos de un mismo Padre y que Francisco de Asís sintetizó tan magníficamente, el Papa Francisco expresa afirmaciones tan rotundas como que «la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia» o que «el derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente, puesto que «quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos». Francisco aboga entonces por «volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos».

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