Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Jesús cambió de opinión

6 de septiembre de 2023

¡Qué estupendo para nosotros cuando cambiamos de opinión para mejorar!

¡Qué humano en Jesús!

También cambia de opinión como nosotros.

Decimos en nuestra fe que Jesús es verdadero hombre, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. San Pablo nos dice que Jesús “siendo de condición divina… se despojó de sí mismo… hecho semejante a los hombres” (Fil 2,6-7. Biblia CEE).  Otras traducciones afirman contundentemente que se hizo ‘uno de tantos’.

Jesús, como hombre, no sabía todo. Si hubiera sabido todo, ya no sería hombre. Sería algo así como Dios disfrazado de hombre, de persona humana. Ningún hombre, ninguna persona humana, por muy inteligente y sabia que sea, sabe todo. Imposibilidad, sin duda.

Jesús, creemos los cristianos, porque era hombre verdadero, aprendía. Así lo asegura, además, la Biblia: “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52).

“En sabiduría”. Sabiduría, en la Biblia y entre nosotros, es mucho más que saber cosas, estar informado. El Diccionario de la RAE, en su segunda acepción, la define como Conducta prudente en la vida o en los negocios.

La ‘conducta prudente’ en los negocios no nos interesa en este momento. Jesús no aparece nunca haciendo negocios. Aunque sí los toma como ejemplo en sus parábolas Sí nos interesa la conducta prudente en la vida, en la que Jesús iba creciendo. Iba ‘haciéndose’ sabio en la vida.

Una característica de ‘ser sabio’ es cambiar de opinión cuando se encuentra otra más sensata o más correcta. Por eso, Jesús puede cambiar de opinión. Porque es sabio.

            Los evangelios nos han conservado el recuerdo de un encuentro que tuvo Jesús con una mujer pagana en la región de Tiro y Sidón. Mt 15,21-28 nos lo narra y el domingo pasado lo escuchábamos en la celebración de la Eucaristía. El relato es sorprendente y nos descubre cómo Jesús iba aprendiendo el camino concreto para ser fiel a Dios y sanar-salvar a los que sufren.

            Una mujer sola y desesperada sale al encuentro de Jesús. Sólo sabe hacer una cosa: gritar y pedir compasión. Su hija no sólo está enferma y desquiciada, sino que vive poseída por un «demonio muy malo». Su hogar es un infierno. De su corazón desgarrado brota una súplica: «Señor,

            Jesús le responde con una frialdad inesperada y da sus razones. Él tiene una vocación muy concreta y definida: se debe a las «ovejas descarriadas de Israel». No es su misión adentrarse en el mundo pagano: «no está bien echar a los perros el pan de los hijos».

            La frase es dura, incluso acepta la mentalidad judía. Pero la mujer no se ofende. Está segura de que lo que pide es bueno y, retomando la imagen de Jesús de los perros, le dice estas admirables palabras: «Tienes razón, Señor; pero también los perros comen migajas que caen de la mesa de sus amos».

            De pronto, Jesús comprende todo desde una luz nueva. Esta mujer tiene razón: lo que desea coincide en la voluntad de Dios que no quiere ver sufrir a nadie. Conmovido y admirado le dice: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».

            Jesús que parecía tan seguro de su propia misión, se deja enseñar y corregir por esta mujer pagana. Es verdad que su misión está en Israel, pero la compasión de Dios ha de llegar a cualquier persona que está sufriendo.

“Hermanos y hermanas, a la luz de todo esto podemos hacernos algunas preguntas. A partir del cambio de Jesús, por ejemplo: ¿yo soy capaz de cambiar de opinión? ¿Sé ser comprensivo, sé ser compasivo o permanezco rígido en mis posiciones? ¿En mi corazón hay algo de rigidez? Que no es firmeza: la rigidez es mala, la firmeza es buena.  Y a partir de la fe de la mujer: ¿cómo es mi fe? ¿Se detiene en conceptos y palabras o es realmente vivida con la oración y las acciones? ¿Sé dialogar con el Señor, sé insistir con Él, o me conformo con recitar cualquier fórmula hermosa? Que la Virgen nos haga disponibles al bien y concretos en la fe”. (Francisco. Ángelus, 20 agosto 2023).

            Cuando nos encontramos con una persona que sufre, la voluntad de Dios resplandece allí con toda claridad. Dios quiere que aliviemos su sufrimiento. Es lo primero. Todo lo demás viene después. Ése fue el camino que siguió Jesús para ser fiel al Padre.

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